miércoles, 5 de enero de 2011

EN HONOR A JORGE LUIS

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Agradezco al oro de los tigres que aún me conecta a lo real cuando, desesperado, busco frente a su jaula triste, asirme al mundo conocido y escapar de las brumas cada vez más densas que se ciernen agobiantes sobre mí. No sé porqué el amarillo se resiste a la ceguera. Cuando joven no lo tenía entre mis cálculos. Ahora es vital. Irritado lo busco a mi alrededor y me encadeno a su longitud de onda como a un árbol.

Cierto es que los otros sentidos han tomado, poco a poco, el lugar del que mis ojos desertaron. Estas manos aprendieron a descubrir texturas tan inexplicables como intrincadas: me deleito cuando acomodo la palma a las redondeces suaves de mi gato Beppo –a quién recuerdo blanco– para despertar inevitablemente, sus sonidos únicos, graves y tranquilizadores. Me animo a afirmar que, en esos momentos, ser ciego es casi un privilegio. Cada tarde me desafío a descubrir el verdadero sabor del té, aspirando sus perfumes ingleses impregnados de naranja sutil, que luego compruebo en la boca. Con el tiempo he adquirido la inapreciable habilidad de adivinar el aspecto de una mujer, sólo por el aroma de su piel. No fallo jamás. Mi amigo Bioy, que bien sabe de estos temas, ratifica mis sentencias.

Hay otro detalle que me reconcilia con la catástrofe de no ver. Tengo intactos los ojos del espíritu. Ellos ven dentro de mí e iluminan como un faro experiencias, conversaciones, lecturas pasadas y recuerdos ni siquiera vividos. Para usar algún oxímoron, a los que soy tan afecto, diría que de esa radiante oscuridad que llena mi cabeza, emergen mis cuentos y poemas más humildes.

Ya estoy acostumbrado a depender de ojos ajenos, sólo quisiera disfrutar, aunque más no fuera una vez, la trama perfecta de la tela de una araña.

J.L.B

Enviado a Perras Negras el 26 de mayo de 2006. Consigna “protagonista ciego” Menos de 300 palabras.


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