BIENVENIDOS
Lo que leerán a continuación lo conté muchas veces pero nunca lo escribí. Cada vez que lo evoco me parece tan mágico que merece quedar en palabras.
Siempre fui lectora, muy lectora. "Lo que se hereda no se roba", dice el refrán. Y es cierto. Cuando imagino a mis padres, a ambos los hago con lectura entre las manos, mi viejo sentado en la mecedora con La Nación desplegada ante la cara o en su cama, leyendo Primera Plana o algún libro con una pierna flexionada sobre la otra y muchas almohdas detrás de la cabeza. Mi mamá, en cambio leía acostada todo lo que le cayera adelante, no sé cuántas novelas policiales habrá leído en su vida, pero la colección era impresionante. También tenía otra locura, la lectura de madrugada, sentada frente a la mesa de la cocina con un balde de café con leche y un pucho como únicos testigos de sus andanzas solitarias.
Por eso digo, que no pude escapar a ese destino... recuerdo que cuando tenía 6 años me regalaron esos libritos chiquitos pero gruesos, de muchas hojas que tenían en la esquina superior derecha una imagen. Cuando uno corría las páginas rápidamente, pellizcando el libro, se revelaba un dibujo animado. Ese librito me llenó de orgullo porque era el primer libro gordo (como los de mis padres) que leía.
Toda esta parrafada sirve para decir que sólo leía y que jamás había escrito nada de nada. Tal vez ese hubiera sido mi destino de no haber leído el diario La Nación -en su versión digital- un 25 de mayo de 2005. En la página principal había un link con el título Semana de Cuentos que, para ser sincera, no sé porqué cliqueé. Me enteré entonces que se inauguraba un foro de escritores, que tendrían una consigna semanal y que habría un cuento ganador por semana. Esa primera consigna fue: "Es 25 de mayo y...".
La noticia no me llamó la atención en lo más mínimo ni despertó mi curiosidad. ¿Qué interés podría tener en un foro alguien que en su vida había entrado a ninguno y sólo usaba Internet para escribir mails/carta a la familia?
Lo cierto es que cerré el diario y me fui a duchar. Se me ocurre pensar en que el agua tiene para mí un efecto benéfico por encima de cualquier otro elemento. Mezclado entre las gotas de agua caliente un cuento, palabra por palabra, fue desgranándose sobre mi cabeza. Vi claramente a Camilo Gómez en su casa helada y pobre, olí su mate cocido y lo acompañé a la plaza donde algo se cocinaba aunque él no sabía bien qué.
El cuento debía tener 180 palabras, ¡poquísimas! pero finalmente esas palabras dictadas por lluvia quedaron firmes en la pantalla de la computadora. Cuando estuve conforme con ellas las mandé al diario bajo el nick rosario05. El jueves siguiente me enteré de que ese había sido el cuento ganador. Desde ese día no pude dejar de escribir y gracias a eso, además, empecé a coleccionar los amigos más afines que he tenido, la gente que escribe porque sí, porque no puede guardarse adentro lo que manos invisibles escriben contra los muros de sus cerebros.
miércoles, 19 de agosto de 2009
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