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No supo nunca por qué se tentó. Después tuvo tiempo para ensayar varias respuestas pero, ese viernes, a las seis de la tarde, cuando la noche era solo una posibilidad, no tuvo mejor idea que presionar levemente la superficie de uno de los tres espejos del probador que, en ese momento, le devolvían la imagen – triplemente ridícula- de una dama en ropa interior y zapatos de taco alto cuyo objetivo inmediato era probarse un vestido de fiesta rojo con un profundo escote en la espalda.
Se sorprendió al comprobar que el espejo, al que suponía frío y compacto, cedió a la presión de su palma. No percibió ninguna diferencia de temperaturas con el aire circundante y descubrió que sus dedos sucumbían a la lisura en medio de una especie de espuma gris luego de provocar en su propio reflejo círculos concéntricos como cuando se tira una piedra en un estanque.
A punto estuvo de gritar. Dónde estaba la maldita empleada, siempre apurada por saber “¿Cómo te quedó?” con una urgencia más incordiosa que profesional. Esta vez no aparecía en su rescate. Iba a llamarla pero se arrepintió inmediatamente, la tomaría por loca. “Espejo blando”, murmuraría la chica revoleando los ojos pensando que no le pagaban lo suficiente para aguantar mujeres chifladas.
Seguía, en parte, inmersa en el agua-espejo mientras trataba de ensayar alguna explicación lógica para este hecho que la tenía literalmente asida de la mano. Imaginó algún nuevo material reflectante, esa tienda era lo bastante cara como para permitirse algunas excentricidades en la decoración. También hizo un recuento mental sobre qué había comido al mediodía y trató de recordar si había tomado alguna medicación que, en conjunción con la copa de vino obligada, le pudiera provocar un efecto de alucinaciones retardadas.
En eso estaba cuando su mano volvió al mundo real tomada de otra, muy parecida a la suya. Al final de la nueva mano, un brazo y seguida de este, una mujer, a la que reconoció, de inmediato, como su clon. Ella la miraba seriamente al tiempo que salía del espejo como quien lo hace de un auto caro. Llevaba el mismo vestido rojo que pensaba probarse. Con una rápida mirada hacia la puerta del cubículo pudo verificar que el original seguía colgado de la percha.
-Menos mal -le dijo el clon-. Pensé que nunca te ibas a animar. Supongo que no necesitamos presentaciones.
-Yo creo que sí -dijo la mujer juzgándose de pronto más ridícula en su atuendo de bombacha y corpiño. Este sentimiento se acentuaba porque el vestido, en aquella mujer, quedaba como pintado.
–Vamos, ¡soy yo!, la mina que vos nunca te vas a animar a ser.
-No entiendo.
-Mirá linda, te he aguantado por años detrás del espejo. Te he visto crecer. Envejecí riéndome de tus vanos intentos por desarmar los rulos que no pueden desmentir tus ancestros italianos. He perdido la paciencia soportando tu manía por las cremas de belleza que -como habrás comprobado in situ- son un fraude. He tolerado cada mueca, cada mohín estudiado, esos que nunca supiste usar en situaciones apropiadas y me he bancado -después- tu cara llorosa cuando una nueva desilusión te golpeaba. La desilusión no era solo tuya, ¿eh?, no ¡qué va! Era también de los otros, que te dejaban plantada después de comprobar que eras, que –mejor dicho- sos, una boba sin remedio.
La mujer no sabía qué hacer. La de rojo parecía tan real como ella. Aún la mantenía sujeta de la mano y comprobaba, de ese modo, su misma textura; reconocía en la de ella su propia piel. Notó además que con cada palabra levantaba un poco el tono de voz, como si recordar cosas del pasado ¿de ambas? la pusiera furiosa.
-Yo tengo que estar soñando, ya me voy a despertar…
-No, corazón, estás bien despierta y espero que entiendas lo que está a punto de ocurrir. Yo no me voy a pasar la vida detrás de los espejos esperando que a vos te llegue la iluminación del cielo o te queme el fuego del infierno. Merezco una oportunidad de este lado porque vos ya desperdiciaste las tuyas. Mi vida empieza hoy.
Uniendo la acción a la palabra, diestramente y hasta economizando gestos inútiles, el clon la empujó contra el espejo que con malvada beatitud se aprestó a engullirla como las arenas movedizas de una película de Tarzán. Tal vez para no dejar nudos desatados en el mundo real o para calmar un ataque de feroz compasión le arrojó, hecho una bola, el vestido rojo que hasta ese momento colgaba inocentemente de su percha.
Jamás imaginó la fuerza que la mujer del espejo escondía en esos brazos –los suyos- tan bien torneados por el ejercicio diario. Se encontró, casi sin darse cuenta, del otro lado de la superficie brillante que ahora, la que por raro albur, era otra vez dura y fría como se suponía debía ser. Muda gritó detrás del vidrio azogado.
Desde el interior del espejo escuchó a su propia voz -aunque una octava más aguda- dirigida a la empleada de la tienda:
-Lo llevo, ¿aceptan American Express?
Safecreative Código: 1006216643450
Enviado a PN el 20 de septiembre de 2007. Consigna 85. Tema libre
lunes, 21 de junio de 2010
sábado, 12 de junio de 2010
DEL OTRO LADO DEL CERO
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Con trazo firme plantó una horizontal en el pizarrón. Partículas de tiza blanca quedaron suspendidas un breve momento en el aire helado de junio.
–Esta es la recta numérica –dijo, e instintivamente hizo una marca en el medio– y este es el cero, a la derecha se ubican los enteros positivos y a la izquierda los negativos. Hagan de cuenta que el cero es la bisagra entre dos espejos. Si cerraran un espejo sobre el otro verían que un número positivo tiene su imagen en el correspondiente negativo, que es su opuesto. Casi iguales, pero distintos, muy distintos. Igual que cuando nos miramos en el espejo, somos nosotros, pero no somos, ¿no?
Mientras explicaba, a tan tempranas horas, que los números enteros se forman con un valor absoluto y un signo más o menos que los ubica a un lado u otro del cero se le ocurrió pensar que con las personas ocurría algo similar.
Dio la espalda a sus alumnos y comenzó a escribir la tarea para que practicaran lo aprendido. Mientras una parte de su cerebro, inventaba ejercicios de complejidad creciente, otra, en plano paralelo, desenroscaba una idea que iba creciendo y tomando cuerpo y se instalaba cómodamente allí: Cada persona tenía un valor absoluto – su cara, su voz, el color de sus ojos y su pelo, su altura, la forma de sus manos y hasta el andar –; eso era lo que los demás, inequívocamente, veían.
Pero interiormente uno puede elegir ser de un modo u otro, positivo o negativo, si es que lo desea, si se da permiso o si simplemente los planetas se alinean de manera propicia. Es decir que una persona podría ser completamente diferente de sí, siendo siempre la misma, siendo siempre un entero. Quizá pudiera mutar de un día para el otro, varias veces a lo largo de la vida, o mostrar distintos reflejos en su interacción con los demás cada diez minutos.
Se podría ser uno y cien y seguir siendo absolutamente auténtico.
-Huiría despavorida- rumiaba, al tiempo que se sacudía las manos blancas de tiza – de aquel que se ufana de ser el mismo en todas las circunstancias y con todas las personas; de los que dicen “soy de una sola manera” prefiero abstenerme. Esos tipos tienen seca el alma y su imaginación cabe en un grano de arroz.
Caminó, después, por entre los bancos atenta a cómo sus alumnos trataban, con mayor o menor éxito, de resolver las tareas. Por su parte, su mente echaba un vistazo hacia el lado del cero en el que se encontraba parada y se cuestionó si ese, era el correcto. Si era allí dónde quería estar.
Miró el reloj, guardó la carpeta, la calculadora, su lapicera de cuatro colores y los libros dentro de su maletín. Se puso el tapado y en el mismo momento en el que buscaba las llaves del auto en el bolsillo, el sonido estridente del timbre, tan invasivo como liberador, cortó el hilo de sus pensamientos.
– Estudien para la próxima, estos ejercicios tienen que estar resueltos. Hasta el jueves… y no hagan desastres.
La clase formal sobre números enteros había terminado sin novedades ni sobresaltos, pero algo en su interior, algo sobre ceros y formas de ser y sus reflejos, algo que tenía que ver con decisiones y con cambios fundamentales, con pararse de un lado o del otro, se había echado a rodar irremediablemente.
SAFECREATIVE Código: 1006136579983
Enviado a PN el 13 de junio de 2007. Consigna 70. Empezar de cero menos de 800 palabras.
Con trazo firme plantó una horizontal en el pizarrón. Partículas de tiza blanca quedaron suspendidas un breve momento en el aire helado de junio.
–Esta es la recta numérica –dijo, e instintivamente hizo una marca en el medio– y este es el cero, a la derecha se ubican los enteros positivos y a la izquierda los negativos. Hagan de cuenta que el cero es la bisagra entre dos espejos. Si cerraran un espejo sobre el otro verían que un número positivo tiene su imagen en el correspondiente negativo, que es su opuesto. Casi iguales, pero distintos, muy distintos. Igual que cuando nos miramos en el espejo, somos nosotros, pero no somos, ¿no?
Mientras explicaba, a tan tempranas horas, que los números enteros se forman con un valor absoluto y un signo más o menos que los ubica a un lado u otro del cero se le ocurrió pensar que con las personas ocurría algo similar.
Dio la espalda a sus alumnos y comenzó a escribir la tarea para que practicaran lo aprendido. Mientras una parte de su cerebro, inventaba ejercicios de complejidad creciente, otra, en plano paralelo, desenroscaba una idea que iba creciendo y tomando cuerpo y se instalaba cómodamente allí: Cada persona tenía un valor absoluto – su cara, su voz, el color de sus ojos y su pelo, su altura, la forma de sus manos y hasta el andar –; eso era lo que los demás, inequívocamente, veían.
Pero interiormente uno puede elegir ser de un modo u otro, positivo o negativo, si es que lo desea, si se da permiso o si simplemente los planetas se alinean de manera propicia. Es decir que una persona podría ser completamente diferente de sí, siendo siempre la misma, siendo siempre un entero. Quizá pudiera mutar de un día para el otro, varias veces a lo largo de la vida, o mostrar distintos reflejos en su interacción con los demás cada diez minutos.
Se podría ser uno y cien y seguir siendo absolutamente auténtico.
-Huiría despavorida- rumiaba, al tiempo que se sacudía las manos blancas de tiza – de aquel que se ufana de ser el mismo en todas las circunstancias y con todas las personas; de los que dicen “soy de una sola manera” prefiero abstenerme. Esos tipos tienen seca el alma y su imaginación cabe en un grano de arroz.
Caminó, después, por entre los bancos atenta a cómo sus alumnos trataban, con mayor o menor éxito, de resolver las tareas. Por su parte, su mente echaba un vistazo hacia el lado del cero en el que se encontraba parada y se cuestionó si ese, era el correcto. Si era allí dónde quería estar.
Miró el reloj, guardó la carpeta, la calculadora, su lapicera de cuatro colores y los libros dentro de su maletín. Se puso el tapado y en el mismo momento en el que buscaba las llaves del auto en el bolsillo, el sonido estridente del timbre, tan invasivo como liberador, cortó el hilo de sus pensamientos.
– Estudien para la próxima, estos ejercicios tienen que estar resueltos. Hasta el jueves… y no hagan desastres.
La clase formal sobre números enteros había terminado sin novedades ni sobresaltos, pero algo en su interior, algo sobre ceros y formas de ser y sus reflejos, algo que tenía que ver con decisiones y con cambios fundamentales, con pararse de un lado o del otro, se había echado a rodar irremediablemente.
SAFECREATIVE Código: 1006136579983
Enviado a PN el 13 de junio de 2007. Consigna 70. Empezar de cero menos de 800 palabras.
martes, 8 de junio de 2010
CAZADORES (cuento+research)
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En los claustros de las universidades más prestigiosas se me conoce ampliamente por mi dedicación a la ciencia. Horas en el laboratorio sin ver la luz del sol certifican mi sacrificio. Si alguien quisiera encontrarme no tendría más que llegarse hasta aquí a cualquier hora del día o de la noche y me hallaría entre tubos de ensayo y matraces, con los anteojos de carey en la punta de la nariz y mi pelo castaño liado en prolijo rodete desmadejado. Es que me debo a la ciencia. No hay tiempo para mí.
Últimamente he estado avocada a la elaboración de este informe tan preciso como cierto. La investigación que lo origina está basada en la demostración de la siguiente hipótesis.
“Las mujeres casadas son invisibles para los especímenes machos que las frecuentan en ambientes sociales o laborales. Si por alguna razón ella se separa o divorcia, se materializa, ante los nublados ojos de sus compañeros varones, como por arte de magia”.
Esto se traduce en: “antes no las veían y ahora las ven...y ¡cómo las ven!”.
Para este trabajo me he valido del invalorable aporte de colegas, amigas y rivales. También de desconocidas, halladas tanto en el baño de un cine como en los probadores de alguna lencería -glorioso reducto femenino- entre primorosos conjuntos de ropa interior de puntilla negra. Convengamos en que se trata de una investigación sociológica por lo tanto se admite un margen de error de +/- 5%.
He aquí algunos resultados:
El 87% de las consultadas reveló que sus compañeros de trabajo notaron cambios en el peinado o en la ropa. Ejemplos de tales conductas se ponen en evidencia con frases tales como:
*- Diana, qué linda se la ve hoy, ¿se cortó el pelo?
*- Anita, el verde agua le sienta de maravillas, le hace juego con los ojos...
*-¿Está yendo al gimnasio, Haydée?... ejem, le da buenos resultados...
Algunas mujeres admitieron sentirse halagadas por tales cambios de actitud, otras revolean los ojos y los dejan hablando solos. Estas respuestas disímiles son directamente proporcionales al porte y la galanura del varón de marras. Un gordito pelado y desarrapado tiene pocas chances de obtener algún beneficio con estos comentarios.
El 92% de las entrevistadas dice haber recibido mensajes insólitos de sus compañeros de oficina, club o incluso del sodero.
Tales misivas llegan por diversos medios que abarcan desde el moderno correo electrónico hasta el papelito de bordes irregulares dejado bajo un sifón (en el caso particular del sodero, claro está). Ejemplo de tales recados son invitaciones a museos o muestras de pintura, comentarios sobre trabajos pendientes totalmente fútiles, una poesía etc. Todos los textos se caracterizan por algún renglón final levemente zafado o un saludo extremadamente fervoroso. Hay osados, que incluso, en su afán de ganarse a la dama, se atreven a mandar horribles power point con gatitos, patitos u ositos de dudoso gusto. Único comentario: ¡Puaj! Valga aquí la observación anterior; el horrible power point sería bien recibido, sí y sólo sí, en el remitente figura George Clooney.
El 89% de las mujeres encuestadas confiesa haber recibido al menos una invitación a tomar un café durante el mes posterior a su cambio de estado civil. ¿Qué se supone que hará el café? ¡Un poco de imaginación señores!
Distintos individuos, mismas tácticas. Todos siguen un mismo patrón de conducta. Es realmente interesante. Al mismo tiempo salen de abajo de las piedras y de atrás de los árboles, amigos de la infancia, ex novios, vecinos, colegas etc; tipos que hasta el momento no le daban a una ni la hora.
-¿Qué ha pasado?- nos preguntamos frunciendo el entrecejo.
La respuesta es fácil, la presa ha sido liberada y se desata el instinto del cazador. Esos lobos disfrazados de conejitos esperan impacientes la oportunidad para dar el zarpazo. Claro que el mentado instinto tiene distintas variantes y muchas veces es tan precario que provoca una mezcla de lástima y risa. Algunos hombres son demasiado bruscos, otros son tímidos, otros se hacen los chistosos, otros son contenedores –el famoso pecho protector-... cada uno despliega su técnica y muestra sus armas, algunas veces sutiles y otras, francamente, de destrucción masiva.
Algunas mujeres reinciden rápidamente, son seducidas por tipos similares a los recién abandonados. Cualquier cosa con tal de no estar solas. Otras, con un poco más de visión, se sientan a esperar desde las alturas de un mangrullo, al caballero que mejor llene sus expectativas.
Pero otras, tesoro, somos cazadoras... Y no contabas con mi probada destreza en ese arte mayor. He dispuesto para ti y para tu perfume de maderas y naranjas un reguero de trampas certeras... Rodearás algunas y evitarás otras. Caerás preso en una de ellas y lograrás huir. Pero de la última, de esa que no esperas pero intuyes, de esa emboscada final, querido, no te me escapas.
Registrado en safecreative Código: 1006086548022
Enviado a perras negras el 23 de septiembre de 2006.Consigna 33. tema libre menos de 1000 palabras.
En los claustros de las universidades más prestigiosas se me conoce ampliamente por mi dedicación a la ciencia. Horas en el laboratorio sin ver la luz del sol certifican mi sacrificio. Si alguien quisiera encontrarme no tendría más que llegarse hasta aquí a cualquier hora del día o de la noche y me hallaría entre tubos de ensayo y matraces, con los anteojos de carey en la punta de la nariz y mi pelo castaño liado en prolijo rodete desmadejado. Es que me debo a la ciencia. No hay tiempo para mí.
Últimamente he estado avocada a la elaboración de este informe tan preciso como cierto. La investigación que lo origina está basada en la demostración de la siguiente hipótesis.
“Las mujeres casadas son invisibles para los especímenes machos que las frecuentan en ambientes sociales o laborales. Si por alguna razón ella se separa o divorcia, se materializa, ante los nublados ojos de sus compañeros varones, como por arte de magia”.
Esto se traduce en: “antes no las veían y ahora las ven...y ¡cómo las ven!”.
Para este trabajo me he valido del invalorable aporte de colegas, amigas y rivales. También de desconocidas, halladas tanto en el baño de un cine como en los probadores de alguna lencería -glorioso reducto femenino- entre primorosos conjuntos de ropa interior de puntilla negra. Convengamos en que se trata de una investigación sociológica por lo tanto se admite un margen de error de +/- 5%.
He aquí algunos resultados:
El 87% de las consultadas reveló que sus compañeros de trabajo notaron cambios en el peinado o en la ropa. Ejemplos de tales conductas se ponen en evidencia con frases tales como:
*- Diana, qué linda se la ve hoy, ¿se cortó el pelo?
*- Anita, el verde agua le sienta de maravillas, le hace juego con los ojos...
*-¿Está yendo al gimnasio, Haydée?... ejem, le da buenos resultados...
Algunas mujeres admitieron sentirse halagadas por tales cambios de actitud, otras revolean los ojos y los dejan hablando solos. Estas respuestas disímiles son directamente proporcionales al porte y la galanura del varón de marras. Un gordito pelado y desarrapado tiene pocas chances de obtener algún beneficio con estos comentarios.
El 92% de las entrevistadas dice haber recibido mensajes insólitos de sus compañeros de oficina, club o incluso del sodero.
Tales misivas llegan por diversos medios que abarcan desde el moderno correo electrónico hasta el papelito de bordes irregulares dejado bajo un sifón (en el caso particular del sodero, claro está). Ejemplo de tales recados son invitaciones a museos o muestras de pintura, comentarios sobre trabajos pendientes totalmente fútiles, una poesía etc. Todos los textos se caracterizan por algún renglón final levemente zafado o un saludo extremadamente fervoroso. Hay osados, que incluso, en su afán de ganarse a la dama, se atreven a mandar horribles power point con gatitos, patitos u ositos de dudoso gusto. Único comentario: ¡Puaj! Valga aquí la observación anterior; el horrible power point sería bien recibido, sí y sólo sí, en el remitente figura George Clooney.
El 89% de las mujeres encuestadas confiesa haber recibido al menos una invitación a tomar un café durante el mes posterior a su cambio de estado civil. ¿Qué se supone que hará el café? ¡Un poco de imaginación señores!
Distintos individuos, mismas tácticas. Todos siguen un mismo patrón de conducta. Es realmente interesante. Al mismo tiempo salen de abajo de las piedras y de atrás de los árboles, amigos de la infancia, ex novios, vecinos, colegas etc; tipos que hasta el momento no le daban a una ni la hora.
-¿Qué ha pasado?- nos preguntamos frunciendo el entrecejo.
La respuesta es fácil, la presa ha sido liberada y se desata el instinto del cazador. Esos lobos disfrazados de conejitos esperan impacientes la oportunidad para dar el zarpazo. Claro que el mentado instinto tiene distintas variantes y muchas veces es tan precario que provoca una mezcla de lástima y risa. Algunos hombres son demasiado bruscos, otros son tímidos, otros se hacen los chistosos, otros son contenedores –el famoso pecho protector-... cada uno despliega su técnica y muestra sus armas, algunas veces sutiles y otras, francamente, de destrucción masiva.
Algunas mujeres reinciden rápidamente, son seducidas por tipos similares a los recién abandonados. Cualquier cosa con tal de no estar solas. Otras, con un poco más de visión, se sientan a esperar desde las alturas de un mangrullo, al caballero que mejor llene sus expectativas.
Pero otras, tesoro, somos cazadoras... Y no contabas con mi probada destreza en ese arte mayor. He dispuesto para ti y para tu perfume de maderas y naranjas un reguero de trampas certeras... Rodearás algunas y evitarás otras. Caerás preso en una de ellas y lograrás huir. Pero de la última, de esa que no esperas pero intuyes, de esa emboscada final, querido, no te me escapas.
Registrado en safecreative Código: 1006086548022
Enviado a perras negras el 23 de septiembre de 2006.Consigna 33. tema libre menos de 1000 palabras.
martes, 1 de junio de 2010
UNA CUESTIÓN DE LÍMITES
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En un solo segundo toda mi vida orlada de mesura me pasó delante de los ojos.
Tiré las llaves sobre la mesita del recibidor. Me gusta el sonido del metal contra la madera, suena a casa o a seguridad; si no lo escucho es que aún no he llegado. Me saqué los zapatos que dibujaron una zancada muda sobre la alfombra y corrí al baño. La manía de usar sólo el propio alguna vez me va a causar un accidente. Me acordé entonces de una historia cierta o falsa sobre un astrónomo del renacimiento quien, durante una cena de gala, murió con la vejiga reventada por no levantarse de la mesa de su rey. Con el placer asomado a las ventanas de mis ojos entornados me relajé y pensé en la cita de esa noche. En la vida de una soltera de casi cuarenta, una segunda cita huele a milagro.
Abrí la ducha, busqué, tanteando con la mano, la temperatura correcta y dediqué el tiempo de enjabonamiento y shampoo a dilucidar qué ropa sería la apropiada. Pasé revista mental de mi placard y fui descartando conjuntos ya por osados o por demasiado santurrones. Para cuando cerré las canillas me había decidido por un par de pantalones y una camisa negra con un lindo escote. Una elección que podría calificarse como seductoramente formal. Pensé en que para cortar el negro tanto los zapatos como la cartera podrían ser, y lo serían, rojos.
La cita era a las diez. Pasaría a buscarme en su auto. Habíamos convenido en ir a cenar en algún lugar tranquilo. Barajé la posibilidad de dormir media hora pero la descarté enseguida y cambié el sueño breve y reparador por tiempo para pintarme la uñas.
Comí una fruta para no llegar con hambre a la cena y a la hora señalada estaba lista.
A las diez en punto llegó el señor y ese detalle me alegró, pocas cosas me incomodan más que esperar. Es que una está tan arregladita, tan pendiente de que no se malogre el peinado o de que no se corran las medias que no se sabe si sentarse, si pararse o qué.
“Por fin un caballero”, pensé cuando lo descubrí, parado en la vereda, esperándome fuera del auto. Intercambiamos saludos, me tomó de la mano y exclamó: “¡Qué hermosa estás!” mientras me miraba con atención. “Preciosa la blusa, muy elegante”, agregó mientras cerraba la puerta después de ayudarme a entrar en el auto.
Aprecié tanto su riquísimo perfume como el interior impecable del auto. “Todo pinta bien”, me dije y uní este pensamiento a un poco razonado cruzamiento de dedos. “¿Adónde vamos?”, preguntó, ¿qué tenés ganas de comer? Después de dudar unos minutos y gracias a mi amor por las pastas acordamos ir a un restaurante italiano del que ambos teníamos buenas referencias.
Para estas alturas y, por experiencias previas, una empieza a esperar cuál será el momento en el que saltará la liebre o, en otras palabras, en cuantos minutos más algo que diga o que haga restará puntos al nuevo pretendiente. Las ideas hormiguean en varios planos, suben y bajan escaleras, escalan de un nivel a otro y se deslizan rápidamente por toboganes mentales. Mientras se escucha con atención, se responde eligiendo meticulosamente las palabras y se elige el vino encendemos el detector de mentiras, el cerebro inicia un protocolo de comparaciones con situaciones similares, pasamos un scanner de alta precisión por ojos, dientes y manos y se abre un archivo mental con el nombre del fulano donde guardamos los datos recogidos para ser analizados más tarde.
Las alertas instaladas no sonaron, los sensores se acallaron con la charla y después de pedir ravioles de calabaza para mí y sorrentinos de mozzarella para él me dispuse a disfrutar de la velada y a reírme secretamente de mi paranoia.
Para cuando llegaron los postres el vino había hecho su trabajo; hablábamos abiertamente sobre nuestro pasado de perdedores y empezaba a develarse nuestro costado ruin:
“Yo robo bolsas transparentes en los supermercados, las uso para guardar los pulóveres o para meter los zapatos en la valija cuando salgo de viaje”, dije yo.
“Confieso que veo los programas de chimentos que repiten de madrugada”, dijo él.
“Me gusta andar desnuda por mi casa y no me importa si tengo las ventanas abiertas”, dije cuando me tocó el turno.
“Soy adicto al Mantecol”, retrucó.
“Una vez le rayé auto con una llave a un vecino mal educado que se obstinaba en estacionar su auto demasiado cerca del mío”, revelé por primera vez en la vida.
Tomó un sorbo de vino como para tomar coraje y soltó:
–Solo en la intimidad me fascina vestirme de mujer. Me encantaría revolver tu placard y probarme toda tu ropa.
Si esta película hubiera tenido una melodía de fondo, se habrían escuchado los discordantes sonidos que preceden a una escena de terror.
En un solo segundo toda mi vida orlada de mesura me pasó delante de los ojos.
Retumbaron en mis orejas las lecciones de urbanidad que la hermana Aurelia nos repetía una vez por semana a las nenas de séptimo: “…Tino y prudencia en la mente, finura en los modales, prudencia en el lenguaje…” Se cruzaron en ese instante mis normas de buena conducta, mi terror al ridículo, mi fanatismo por el bajo perfil. Me repetí que era una dama y que odiaba los papelones, revisé mi colección de modales. Sopesé en nanosegundos los pro y los contra de mis acciones futuras. Tuve claro que lo que haría estaba perfectamente calculado y que no me guiaba la furia como la desilusión y el tiempo perdido. Me levanté de la silla, sonreí brevemente, tomé mi cartera roja y con toda precisión dije alzando la voz:
–Ah, pero entonces vos un putito.
No llegó a ser un grito pero lo dije en voz alta. Los comensales cercanos se dieron cuenta de que algo fuera de lo habitual pasaba hicieron silencio y dejaron los cubiertos sobre los platos. Sólo una tos perdida se escuchó en el fondo del restaurant.
–Mirá Roberto –le dije antes de irme– a mí me gustan las cosas claras y ese pequeño detalle tuyo debieras haberlo revelado al principio de nuestras conversaciones. Te puedo admitir las veleidades de un metro sexual incluso las perfección de tus uñas, ¿manicuradas, verdad? Puedo ser muy amplia de criterio pero todo tiene un límite: mi ropa, querido, mi ropa no se la presto a nadie.
safecreative Código: 1006016481153
En un solo segundo toda mi vida orlada de mesura me pasó delante de los ojos.
Tiré las llaves sobre la mesita del recibidor. Me gusta el sonido del metal contra la madera, suena a casa o a seguridad; si no lo escucho es que aún no he llegado. Me saqué los zapatos que dibujaron una zancada muda sobre la alfombra y corrí al baño. La manía de usar sólo el propio alguna vez me va a causar un accidente. Me acordé entonces de una historia cierta o falsa sobre un astrónomo del renacimiento quien, durante una cena de gala, murió con la vejiga reventada por no levantarse de la mesa de su rey. Con el placer asomado a las ventanas de mis ojos entornados me relajé y pensé en la cita de esa noche. En la vida de una soltera de casi cuarenta, una segunda cita huele a milagro.
Abrí la ducha, busqué, tanteando con la mano, la temperatura correcta y dediqué el tiempo de enjabonamiento y shampoo a dilucidar qué ropa sería la apropiada. Pasé revista mental de mi placard y fui descartando conjuntos ya por osados o por demasiado santurrones. Para cuando cerré las canillas me había decidido por un par de pantalones y una camisa negra con un lindo escote. Una elección que podría calificarse como seductoramente formal. Pensé en que para cortar el negro tanto los zapatos como la cartera podrían ser, y lo serían, rojos.
La cita era a las diez. Pasaría a buscarme en su auto. Habíamos convenido en ir a cenar en algún lugar tranquilo. Barajé la posibilidad de dormir media hora pero la descarté enseguida y cambié el sueño breve y reparador por tiempo para pintarme la uñas.
Comí una fruta para no llegar con hambre a la cena y a la hora señalada estaba lista.
A las diez en punto llegó el señor y ese detalle me alegró, pocas cosas me incomodan más que esperar. Es que una está tan arregladita, tan pendiente de que no se malogre el peinado o de que no se corran las medias que no se sabe si sentarse, si pararse o qué.
“Por fin un caballero”, pensé cuando lo descubrí, parado en la vereda, esperándome fuera del auto. Intercambiamos saludos, me tomó de la mano y exclamó: “¡Qué hermosa estás!” mientras me miraba con atención. “Preciosa la blusa, muy elegante”, agregó mientras cerraba la puerta después de ayudarme a entrar en el auto.
Aprecié tanto su riquísimo perfume como el interior impecable del auto. “Todo pinta bien”, me dije y uní este pensamiento a un poco razonado cruzamiento de dedos. “¿Adónde vamos?”, preguntó, ¿qué tenés ganas de comer? Después de dudar unos minutos y gracias a mi amor por las pastas acordamos ir a un restaurante italiano del que ambos teníamos buenas referencias.
Para estas alturas y, por experiencias previas, una empieza a esperar cuál será el momento en el que saltará la liebre o, en otras palabras, en cuantos minutos más algo que diga o que haga restará puntos al nuevo pretendiente. Las ideas hormiguean en varios planos, suben y bajan escaleras, escalan de un nivel a otro y se deslizan rápidamente por toboganes mentales. Mientras se escucha con atención, se responde eligiendo meticulosamente las palabras y se elige el vino encendemos el detector de mentiras, el cerebro inicia un protocolo de comparaciones con situaciones similares, pasamos un scanner de alta precisión por ojos, dientes y manos y se abre un archivo mental con el nombre del fulano donde guardamos los datos recogidos para ser analizados más tarde.
Las alertas instaladas no sonaron, los sensores se acallaron con la charla y después de pedir ravioles de calabaza para mí y sorrentinos de mozzarella para él me dispuse a disfrutar de la velada y a reírme secretamente de mi paranoia.
Para cuando llegaron los postres el vino había hecho su trabajo; hablábamos abiertamente sobre nuestro pasado de perdedores y empezaba a develarse nuestro costado ruin:
“Yo robo bolsas transparentes en los supermercados, las uso para guardar los pulóveres o para meter los zapatos en la valija cuando salgo de viaje”, dije yo.
“Confieso que veo los programas de chimentos que repiten de madrugada”, dijo él.
“Me gusta andar desnuda por mi casa y no me importa si tengo las ventanas abiertas”, dije cuando me tocó el turno.
“Soy adicto al Mantecol”, retrucó.
“Una vez le rayé auto con una llave a un vecino mal educado que se obstinaba en estacionar su auto demasiado cerca del mío”, revelé por primera vez en la vida.
Tomó un sorbo de vino como para tomar coraje y soltó:
–Solo en la intimidad me fascina vestirme de mujer. Me encantaría revolver tu placard y probarme toda tu ropa.
Si esta película hubiera tenido una melodía de fondo, se habrían escuchado los discordantes sonidos que preceden a una escena de terror.
En un solo segundo toda mi vida orlada de mesura me pasó delante de los ojos.
Retumbaron en mis orejas las lecciones de urbanidad que la hermana Aurelia nos repetía una vez por semana a las nenas de séptimo: “…Tino y prudencia en la mente, finura en los modales, prudencia en el lenguaje…” Se cruzaron en ese instante mis normas de buena conducta, mi terror al ridículo, mi fanatismo por el bajo perfil. Me repetí que era una dama y que odiaba los papelones, revisé mi colección de modales. Sopesé en nanosegundos los pro y los contra de mis acciones futuras. Tuve claro que lo que haría estaba perfectamente calculado y que no me guiaba la furia como la desilusión y el tiempo perdido. Me levanté de la silla, sonreí brevemente, tomé mi cartera roja y con toda precisión dije alzando la voz:
–Ah, pero entonces vos un putito.
No llegó a ser un grito pero lo dije en voz alta. Los comensales cercanos se dieron cuenta de que algo fuera de lo habitual pasaba hicieron silencio y dejaron los cubiertos sobre los platos. Sólo una tos perdida se escuchó en el fondo del restaurant.
–Mirá Roberto –le dije antes de irme– a mí me gustan las cosas claras y ese pequeño detalle tuyo debieras haberlo revelado al principio de nuestras conversaciones. Te puedo admitir las veleidades de un metro sexual incluso las perfección de tus uñas, ¿manicuradas, verdad? Puedo ser muy amplia de criterio pero todo tiene un límite: mi ropa, querido, mi ropa no se la presto a nadie.
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