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Esperó
hasta dormirse y soñó con otra Navidad.
Su madre lo despertaba con una caricia
y un tazón con chocolate caliente. Después, y de la mano, lo llevaba hasta el
árbol de Navidad lleno de luces y adornos de colores. Una pila de paquetes
descansaba bajo las ramas. Esta vez eligió uno enorme envuelto en papel rojo:
la sorpresa del tren eléctrico iluminó su cara.
-¡Despierten!
Los
tacones de la celadora retumbaron sobre las baldosas frías del dormitorio del
orfanato.
Con
sólo siete años había descubierto su don: podía programar sus sueños y soñarlos
al pie de la letra.
El
de la Navidad
era su favorito.
Enviado
el 15 de octubre de 2014 a
la VIII edición
de cuentos en cadena. (Menos de 100 palabras sin contar la frase de inicio que es la frase final del cuento ganador de la semana anterior
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