familia Collico Savio. De izq. a der Rosario, Mariana,Daniel , mamá y papá en el cumpelaños de 15 de Mercedes que tenía un precioso vestido celeste.
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- Reconozco en estos exquisitos tomates rellenos el arroz que
comimos anoche- dijo Daniel no sin cierto sarcasmo.
- ¡Qué perspicaz, hijo mío! – ironizó Antonia.
- Las aceitunas son las que sobraron de la pizza –murmuró Mariana.
- ¿Qué dijiste vos?
- Nada nada, mamá… que están riquísimos.
- Agradezcan al Cielo que la mayonesa es de primera mano –dije en
voz baja y agregué aumentando el volumen – ¡Sí mamá, exquisitos!
Sobre Antonia circulan afirmaciones indiscutibles: que era buena,
generosa, práctica y organizada, responsable en su trabajo y querida por sus
compañeros, que fumaba y comía ruidosas galletas marineras mientras leía
recostada en la cama novelas negras del Séptimo Círculo y que disfrutaba las
madrugadas sentada en la cocina escuchando la radio ante un tazón de café con
leche.
Todo eso es cierto pero también que la cocina no era su fuerte y
que, como buena taurina, no escarmentaba con sus reiterados fracasos. Lejos de
resignarse, se empecinaba en el arte del Cordon Bleau. Cada tanto bajaba la
inspiración e innovaba: mezclaba elementos que encontraba en la heladera o en
la alacena con otros que compraba especialmente para perpetrar sus nefastos
experimentos. Obtenía así engendros de sabores tan difusos como horribles que
nos presentaba a diario sobre la mesa esperando nuestra aprobación. Tal vez
fuera la precursora de la comida molecular, quién sabe.
Voluntad tenía, arte no.
Nosotros, pobres conejitos de Indias, habíamos aprendido desde
chicos a resignar el sentido del gusto para no herir sus sentimientos. Comíamos
sin chistar haciendo gala de un enorme dominio de voluntad o de papilas
gustativas ya insensibles.
Hasta que un día se pasó de la raya.
- Mamá, ¿qué es esto? –preguntó Daniel esgrimiendo una cuchara
sobre la que se estremecía una masa babosa y gris.
- “Aspic de verduras”
–respondió sin inmutarse la asesina serial de los sabores agradables.
Los tres nos miramos y largamos la carcajada. No podíamos mantener
esa farsa ni un minuto más.
Este último experimento de Antonia no tenía perdón de ningún dios
y cualquier cocinero con un mínimo de decencia la hubiera desterrado a la Siberia o a un Mc Donald's.
Imagino que el lector estará ansioso por saber el secreto del
sospechoso áspic. Pues bien, era el
producto de la combinación de restos de sopa de verduras con gelatina sin
sabor, que luego de una temporada en la heladera, Antonia había moldeado como
un monstruoso timbal bamboleante y gris.
Juro que es cierto.
5 comentarios:
Un Frankenstein muy terrorífico, sin duda.
Itchi, en la cocina mi vieja era un verdadero monstuo. Gracias por el desafío. Iba e escribir otra cosa pero me vinieron a la cabeza los experimentos maternos y salió esto
me ha gustado, se te ve que te mueves bien por el mundo culinario ,,,,, espero aprender a escribir relatos, me encanta como lo has escrito, la sintaxis, seguiré leyendo
Anónimo, muchas gracias por tu comentario. Avisame cuando pueda leer algo tuyo.
Anónimo, muchas gracias por tu comentario. Avisame cuando pueda leer algo tuyo.
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