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“Alicia querida, qué angustia tan profunda agobia tu
corazón, tal vez debieras pedir ayuda.”
El psicólogo
descruzó las piernas y llevó el torso hacia adelante, se sacó los anteojos de
marco de carey y le dijo:
- ¿Por qué
mejor no me cuenta en detalle ese sueño
recurrente que tanto la angustia? Cierre los ojos, busque las imágenes y me las relata con
tranquilidad. Muchas veces los sueños son manifestaciones de cosas que percibimos sin prestarles atención
durante la vida consciente y que no podemos procesar de inmediato porque
tenemos que trabajar, atender una casa, criar hijos, en fin, vivir y por eso el cerebro usa el descanso
para darles una nueva mirada. Tengo la impresión de que los sueños son una segunda
oportunidad para revisar lo que nos negamos a ver durante la vigila.
- Bueno,
déjeme pensar…
- Cierre los
ojos, es mejor así.
- Me pasa
seguido, quiero decir que es un sueño muchas veces repetido, por lo menos una
vez al mes figura en la programación de los sueños. La cosa es más o menos así:
voy subiendo una montaña, veo mis pies calzados
con botas de cuero, de esas que son especiales para el alpinismo y uso, como si
supiera, crampones que facilitan el enganche sobre la pared de piedra, llevo
una campera abrigada con capucha pero tengo sólo un guante en la mano derecha,
¿raro, no? Tan abrigada y con un solo
guante. Siento frío, mucho frío en la mano izquierda, me lastima la soga
con la que me ato en algunos lugares peligrosos; creo que el piolet que me ayuda a subir tiene mayor temperatura
que mis propios dedos. Puedo tocar la roca, las pequeñas grietas y rugosidades
de piedra y hasta puedo intuir por el color los minerales que la conforman.
Miro hacia la cumbre y no veo la cima, nunca la veo, una densa corona de nubes
grises la oculta. Ahí arriba hay aves enormes que intuyo cóndores, oigo el
aleteo acompasado de sus alas y cuando no lo escucho sé que están planeando
sobre mi cabeza dibujando círculos en el aire. Graznan a veces muy cerca y otras demasiado
lejos como si pudieran ascender infinitamente. También percibo el viento helado
que arrachado se desliza por la ladera cortándome las mejillas. Alzo los ojos
hacia la adivinada cima y pareciera que las nubes se empiezan a deshacer pero
en ese momento, bruscamente, me despierto con la sensación de que algo
importante casi pasa pero casi no pasa. Es siempre igual, la sensación es o me
salvé de algo o me perdí de algo por muy poco. No sé qué más decirle, es lo que
recuerdo.
-¿Ve alguna
persona durante su ascenso?
- No, no hay
nadie. Sé que estoy sola y que salvo los cóndores no hay otros seres vivos cerca de mí.
-¿Ni
siquiera al final? Digo, en ese momento previo a despertar cuando usted dice
que por poco se pierde de algo o se salva.
- Ni
siquiera ahí, pero le reitero, tal vez no me expliqué bien, no sé bien de qué
me pierdo, puede ser de algo bueno o de una catástrofe. Parte de la ansiedad
proviene de esa incertidumbre porque por ahí hubiera sido preferible seguir
ascendiendo a pesar de la angustia y de la mano fría en vez de despertar.
- Bien, creo
que es mejor que terminemos por hoy. Vamos a digerir lo que ha contado. Siga
pensando en sus palabras y, si recuerda algo más, anótelo para no olvidarlo.
“Alicia querida, sube la montaña tal vez si descubres
qué ronda detrás de tu sueño alivies la angustia que te agobia
La mujer
salió del consultorio. Sus pasos la llevaban hacia la avenida Cabildo pero su
cabeza todavía seguía escalando aquella montaña nublada cuya cima inaccesible
le generaba tanta vacilación como desconfianza.
Se detuvo
frente a la vidriera de una zapatería, se quedó unos instantes embobada por
aquellos zapatos. Decidió entrar y probarse unas botas, las que tenía ya
necesitaban un reemplazo. Se las probó, las caminó, las imaginó con la pollera
verde o con los pantalones negros pero finalmente desistió de la compra. Los
chicos necesitaban zapatillas, sus pies habían crecido más de la cuenta y, tal
vez, con una buena lustrada sus viejas botas aguantaran una temporada más. Se
tomó el colectivo de vuelta a casa. Ya en su barrio pasó por el supermercado
para comprar leche y el queso que le gustaba a su marido; a ella le resultaba
un poco seco pero daba igual, la próxima vez se daría el gusto.
“Alicia querida, sube la montaña”
Desde aquel
anochecer parte de su ser seguía escalando la montaña nublada mientras otra
cocinaba la cena, lavaba la ropa o limpiaba el baño. Apenas escuchaba la
conversación de su marido sobre las penurias del trabajo porque prefería buscar
en su cabeza el llamado de los viejos cóndores; miraba por la ventana de la
cocina por si los veía rondando los árboles del jardín. Bañaba a sus hijos con
el temor de que notaran la helada mano izquierda. Cada vez que apoyaba la
cabeza en la almohada abrigaba la idea de volver al paisaje que poblaba aquella
pesadilla inquietante que, por alguna razón escondida en su cabeza, se
obstinaba en enterrar sus raíces quién sabe en qué ominoso problema.
A las cinco
del martes siguiente, la mujer se sentó frente al psicólogo.
-No hice
otra cosa que pensar en ese maldito sueño toda la semana. Ni leer una novela
antes de dormir pude, imposible concentrarme. Anduve como una zombie por la
casa, en el trabajo y con mi familia. No sé cómo no se quejaron. Estuve a punto
de quemar la comida un par de veces y me olvidé de pagar la luz, por suerte me
dí cuenta a tiempo y pude pagarla con algún recargo pero no me la cortaron, no
quiero pensar en el reproche de mi marido.
La mujer
pareció aliviada de haber salvado su error y se quedó en silencio un momento.
“Tal vez debas ayudar a la querida Alicia a escalar la
montaña hasta la cima, es sólo un sueño. Nada malo le pasará.”
El psicólogo
descruzó las piernas, llevó su torso hacia adelante y mientras se sacaba los
anteojos de marco de carey le dijo:
-Mire
Alicia, he pensado mucho en usted, por alguna razón estuve rondando su caso
toda la semana, repasé mis notas y recordé las charlas que hemos mantenido durante estos
meses. No sé si haya relación -porque con los sueños nunca se sabe- pero el
suyo, en particular, remarca la idea que yo tengo sobre su problema. Es como si
hubiera alguna conexión entre usted, la montaña y su destino. Según creo tiene
la convicción íntima de que cualquier persona está antes que usted, se posterga
continuamente como si no tuviera prioridades, deseos, anhelos, propósitos,
objetivos, por mínimos que fueran. Dígame Alicia, ¿su esposo, le pregunta qué
dice o hace en estas sesiones, si le hacen bien?
-Nunca le
dije que vengo a verlo cada semana. Él me supone en la oficina, he pedido salir
antes los martes por razones personales.
-Entiendo…
Usted vino a consultarme por la angustia que desde hace un tiempo se ha
instalado en su pecho, esas fueron sus textuales palabras. Creo que hay una
parte de usted que ya sabe qué pasa pero no se anima a admitirlo y entonces el
sueño recurrente le muestra el problema y sugiere que la solución está en
animarse a cumplir un objetivo por más que duela, o que parezca imposible o no
sepa muy bien cómo lograrlo. Puede que me equivoque, con los sueños nunca se
sabe.
-Tal vez
tenga razón, siempre estoy haciendo algo para otros, para mi marido, los
chicos, pero yo los quiero, ¿sabe? No es una molestia para mí. Ya sé que no me
queda mucho tiempo libre pero ¿qué le voy a hacer? ¿Por qué tengo la mano tan
helada?
- Eso no lo
sé, ¿se anima a experimentar? ¿Hay algún momento en el que disponga de un rato
sólo para usted?
-Los
domingos por la tarde mi marido se va con los chicos a la cancha, uso ese tiempo para dormir una siesta y luego
planchar.
-Bien, el
próximo domingo sólo dormirá. Le voy a recetar un inductor del sueño, le
sugiero que lo tome una hora antes de acostarse y que se dé un baño de
inmersión calentito antes de iniciar la siesta. Desconecte el teléfono y
dispóngase a convocar a la montaña. Es necesario que disipe las nubes y llegue
a la cima. El próximo martes me cuenta.
Lejos muy lejos de allí en un recóndito paraje de los
Urales un casal de carlancos, de plumaje negro y único ojo rojo volaba en círculos sobre la cima de la montaña
nublada.
-¡Lo logramos! –graznó el macho- pronto la querida
Alicia nos soñará, se animará a traspasar las nubes y vencerá a la montaña… ya
es nuestra. Nos ha costado meses pero la intervención del psicólogo ha sido de
gran ayuda, ¡Manipular la mente de ambos fue una idea genial! ¡Al fin otra
presa! Moría de hambre. Yo me quedo con la mano izquierda, ya sabés que me
gusta bien helada.
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