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La
luz oscilante de las velas bendecía con
algo de dulzura su rostro caballuno y
dibujaba sombras alargadas y movedizas sobre el mármol blanco del piso.
Arrodillada sobre el reclinatorio, Eloísa, con dientes apretados y los ojos rojos de ira
increpaba en murmullos a la
Santa:
–Ya me habían advertido, que no eras de fiar… ¿A vos te
parece? Años que te venía pidiendo novio, años de novenas, sueldos enteros en
flores y velas. ¿Y, que hace la
Santa? Me manda al hijo de puta de Raúl, quien no conforme
con sacarme toda la plata ahora me vengo a enterar de que se encama con mi prima
Lucrecia. ¿Justo con mi prima Lucrecia tenía que ser? La muy turra… con esa
carita de “yo no fui”. Mosquita muerta, eso es lo que es. Se deben estar riendo
de mí, seguro, te apuesto lo que quieras. Pero ya la vas a cagar a ella también, eso te lo firmo ya.
Y te aclaro, por si te quedan dudas, que no cuentes más conmigo. Ahora mismo me
cruzo en frente al templo de los “Pare de sufrir”, los brasileños, la contra,
bah... me dijo la panadera que esos hacen milagros en serio y no como vos,
Santa Rita. Mirame bien porque es la última vez que me ves, ¿oíste?
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