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Ahíta, laxa, desparramada, sin huesos, con la energía de las baterías en
cero. La piel caliente, húmeda, enrojecida y sensible por las chispas entre tu cuerpo y el mío. Exhausta después
del violento combate del que soy víctima
-he muerto más de una vez atravesada por tus artes de guerra-, y vencedora
porque te sentí derramándote en un último estertor.
Un sentimiento infinito me inunda, me desborda y me abraza en volutas
purpúreas.
Y nos quedamos ambos, como medusas, entrelazados, disfrutando del
momento en el que cae el último muro de intimidad: dormir juntos.
Te alumbro con la luz casi extinta de mis ojos para retener esto que ya
es un recuerdo. Los cierro y exhalo una bocanada de aire tibio que aun
conserva tu sabor salado. Con tu piel en
la memoria de mis manos y el latido de tu corazón en los oídos me resbalo feliz
hacia el sueño.
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