martes, 25 de mayo de 2010

MOSQUITA MUERTA

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–No me acuerdo– repitió la mujer. Hizo un escudo con las manos, como queriendo no ver, lo apoyó sobre su cara y siguió llorando. Sentada en una silla de madera su espalda se curvaba en dramática C y con cada hipo revelaba las costillas de su cuerpo flaco.

El inspector Anselmi hizo un gesto de resignación al entender que el interrogatorio no prosperaría. Le alcanzó a la mujer un vaso con agua y, de verla tan deshecha, la piedad le resquebrajó el alma curtida de policía viejo.

En los diez años que llevaban juntos se había tejido entre Lucía Estrella y Juan Argañaraz una telaraña de amores y pasiones que había salido airosa de numerosos vendavales sin mayores pérdidas que un par de piolines rotos. Pero cierto día, un olfato animal alertó los sentidos de Lucía Estrella previniéndola contra la nueva vecina, Blanca de la Piedad Estevez –una mosquita muerta al decir de la panadera– a quien descubrió echándole el ojo a su marido por sobre el cerco de ligustrina.

Forzando su descaro al máximo la Blanca se presentó un atardecer en casa de Lucía porque necesitaba la ayuda de un hombre para cambiar la garrafa del gas. “Soy sola”, les había enrostrado como excusa. Lucía Estrella pescó de inmediato la conexión entre Blanca y Juan. “Era tan fuerte”, le habría comentado a una amiga, “que si hubiese sido una soga hubiera podido tender la ropa”.

Pronto, Juan sintió el asedio de dos mujeres, su mujer y la Blanca. Ninguna cedía ni un tranco de pollo por lo que el hombre, solo por la obligación de cumplir la fantasía de bigamia consentida servida en bandeja, la propuso.

Al principio la cosa marchó, tal vez empujada por la novedad. Pero la rabia se enroscaba entre los muebles y los celos, como rayos, atravesaban el cerco de ligustrina en todas direcciones, chocaban contra las paredes y se reflejaban hacia los cuatro puntos cardinales. El acuerdo incluía compartir el hombre, no el espacio, por lo que las mujeres podían pasar días sin cruzarse. Mas se chuseaban de una ventana a la otra y se mandaban maldiciones de todos colores mientras revolvían el guiso en el que bullían tanto papas y carne como odios y venganzas.

-No me acuerdo. –repitió la mujer sin parar de llorar – dicen que yo la maté, que salí como loca de mi casa y que le clavé la cuchilla en el corazón, pero yo no me acuerdo, ¡juro que no me acuerdo! -lloró otro poco y agregó entre lágrimas:
–La última imagen que tengo atravesada en la cabeza es la de esa turra alargando el cogote sobre el cerco de ligustrina para besarlo al Juan que estaba en mi patio... después, no me acuerdo más.



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Enviado a PN el 4 de marzo de 2008. Consigna 108. Trío Menos de 400 palabras.

viernes, 21 de mayo de 2010

PÉSAME

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Roberto se arrastró hasta el baño; eran poco más de las siete de la mañana.
Con la mano izquierda se rascaba la mejilla pinchuda y maldijo la extrema pilosidad escrita en sus genes.

Primer lunes de octubre. La noche anterior había dormido destapado porque el calorcito ya se empezaba a sentir. Buenos Aires y su humedad le recordaron el objetivo -olvidado durante el invierno - de comprar un aire acondicionado.

Por error, sus ojos se posaron en la balanza y un nuevo error la llevó a subirse a ella. El recorrido de la aguja le detuvo el corazón; tenía como mil kilos de más. Era cierto que la ropa le estaba quedando, últimamente, un poco estrecha pero lo había atribuido a una hinchazón pasajera. Abatido por la realidad de su peso y por su falta de voluntad para iniciar cualquier dieta, se derrumbó sobre el inodoro y se tomó la cabeza entre las manos.

En ese momento se arrepintió:

*de la cerveza helada con maníes que tomaba todos los atardeceres en el barcito de la esquina.

Pésame Dios mío
Me arrepiento de todo corazón
de haberos ofendido.


*de los choripanes clavados sin anestesia ni conciencia durante sus paseos aeróbicos por la costanera sur.

Pésame por el infierno que merecí
y por el cielo que perdí.


* del flan con crema y dulce de leche que era su postre habitual.

Pero mucho más me pesa porque
pecando ofendí a un Dios
tan bueno y tan grande como vos.


* de los bizcochos de grasa regados con mate amargo que componían su segundo desayuno después de abrir el negocio.

Antes querría haber muerto que haberos ofendido
prometo firmemente no pecar más
y evitar todas las ocasiones próximas de pecado.
Amén.


Terminado el racconto de sus pecados y ante la segura imposibilidad de enmendarse decidió dejarse la panza y le pidió al Altísimo que la próxima mujer que se le cruzara en su camino encontrara irresistible su barriga inevitable.

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Enviado a PN el 3 de octubre de 2006. Consigna 34 Arrepentimiento (menos de 400 palabras)

sábado, 1 de mayo de 2010

TU PERFUME (cuento + research)

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“Nada hay en la mente del ser humano que no haya estado antes en sus sentidos”.

Aristóteles


La ciencia ha demostrado, a través de irrefutables pruebas de laboratorio y publicadas en revistas de gran prestigio –la inobjetable Science, por ejemplo- que todos los hombres desarrollan con éxito cinco de los seis sentidos posibles, mientras que en las mujeres se agrega el sexto: la intuición. Si bien contra esta incuetionable afirmación dan batalla detractores agresivos, no será hoy materia de análisis ya que escapa a los fines de este escrito.

Lo que pretendo poner sobre el tapete es el hecho, probado por las estadísticas, de que los cinco sentidos no se manifiestan en hombres y mujeres de manera similar.

Empecemos por la vista; éste es sin duda un sentido netamente masculino. Al 92% de los hombres le impacta lo que ve y obra según la imagen capturada en su retina.

Se podrían dar varios ejemplos sobre este punto, pero basta imaginar qué le sucede a un varón cuando ve a una linda mujer desnuda. Este simple hecho, tan natural, despierta en él grandes pasiones. Cabe señalar que no es necesario que la mujer con poca ropa esté presente, es suficiente que figure en la tapa de una revista o que baile en la imaginación del caballero quien, en tales circunstancias “ve con los ojos de la mente “.

En las mujeres las cosas no parecen ser iguales. De las damas seleccionadas para la encuesta, un 69% declaró que el cuerpo del hombre desnudo “era un verdadero asco”, salvo honrosas excepciones. Sugiero buscar en Internet las “honrosas excepciones” porque si las enumerara ahora podría distraer a las lectoras y prefiero que continúen interesadas en esta investigación científica.

¿Qué pasa con el oído? Se sabe ahora con un 95% de certeza que el oído de las mujeres está más desarrollado que el del hombre.

Sólo una prueba de ello, para no cansar al lector: de entre cien, una madre reconoce el llanto de su hijito sin margen de error. En el hombre, por el contrario, se comprobó que el 87% de la población masculina tomada para la muestra, evidencia sorderas de distinta gravedad a la hora de despertarse de madrugada cuando su único bebé llora.

El tacto señores, es femenino. Demos un contraejemplo para su demostración: ¿Qué hombre sabe distinguir la seda del tweed o de la sarga? Sólo el 0,05 % es decir, los modistos.

Del gusto no hay datos suficientes como para sostener sentencias concretas, pero se sabe, merced a la cultura popular, que los hombres comen cualquier cosa, en especial, si están frente a un televisor y es temporada de mudiales de fútbol. En las mujeres el gusto no parece importar tanto si el alimento de marras es light.

Nos queda el análisis del olfato; si me preguntan, mi sentido favorito. Sobre este tópico las encuestas coinciden en el siguiente aspecto: ambos géneros lo tienen desarrollado en forma pareja, en lo que se diferencian, es en las preferencias.

El 79% de los hombres eligen aromas fuertes, un poco agresivos. No les molestan algunos de sus propios olores (incluso pueden celebrarlos) y encuentran en el salvaje dejo de almizcle de ciertas señoras, motivo de gozo. Las mujeres consultadas prefirieron, en un 85%, aromas agradables como el de las flores o los bebés recién nacidos y buscan para sí la fragancia que combine con su personalidad, con el color elegido para vestirse o con el humor que tengan ese día.

En mi caso, desde que soltaste amarras, zarpaste sigiloso hacia mi puerto y encallaste en mi playa, elijo tu perfume. Prefiero para mí, el que emana de tu piel, emerge como una serpiente por debajo de tu camisa y me pica en la nariz. Ese que se cuela entre el aroma del jabón y la fragancia, de naranjas y madera, que marca tu estilo.

Me gusta tu perfume, que insolente, me exige la postergación indeclinable de este artículo, hasta dentro de un largo rato.


imagen: http://blogs.20minutos.es/chapiescarlata/post/2010/01/11/perfume-feromonas-atraer-los-alfa

Publicado en Perras Negras el 17 de agosto de 2006

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