miércoles, 24 de marzo de 2010

RELÁMPAGO AZUL

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Surge de entre algas de melenas verdes mecidas por las corrientes. Un relámpago azul en medio del azul. Nada en zig-zag hendiendo el agua y atrapa, entre sus cinco pares de branquias, el oxígeno disuelto. Ni un latido de más perturba su corazón.

Solo busca. Busca un rastro, una traza que señale el camino al alimento para calmar su hambre atávica iniciada en el devónico. Al igual que la de sus ancestros, su alma es oscura y prehistórica.

Con un espasmo del flanco espanta a la rémora, fiel servidora, que huye pero vuelve, conocedora de los códigos simbióticos que los hacen pareja o socios y, que sabe, serán respetados.

Nadando en círculos desciende en ancha espiral hasta casi rozar el vientre pálido contra el fondo arenoso del Pacífico. Sigue en planificada búsqueda, acecha. Cruza con sigilo una formación rocosa tan antigua como él.

De pronto algo perturba sus sensores: una ínfima y remota posibilidad. El hocico entrenado atrapa la sustancia que el agua trae a sus sentidos. Reconoce el dulzor, la densidad. Cierra las branquias y se lanza con furiosa pendiente hacia su objetivo del que ya percibe sus movimientos en la superficie. Sigue la señal que distingue entre miles: hay sangre caliente que entibia el agua fría.

No es la injuriosa maldad sino el instinto -o tal vez el amor- lo que acelera su velocidad hacia la presa, hacia la fuente de ese flujo oscuro que despierta su ferocidad siempre alerta.

Su piel rugosa hiere el agua. Certero se lanza sobre el humano que estúpidamente se habrá raspado el pie contra las rocas sin siquiera sospechar que la sangre que brota blandamente de la carne llama a su propia muerte vestida de azul.

Safecreative. Código: 1003245831643

Enviado a PN el 10 de septiembre de 2007. Consigna 83 Rastro de sangre

miércoles, 17 de marzo de 2010

BUENOS AIRES EN VERDE

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SE CELEBRÓ EN BUENOS AIRES LA FESTIVIDAD DE SAN PATRICIO


Sin desmanes se llevó a cabo la tradicional fiesta del patrono de Irlanda en los pubs del microcentro.

La noche pasada vistió de verde la zona del microcentro porteño de los alrededores de Retiro. Se celebró en Buenos Aires la ya tradicional fiesta de San Patricio. Las plegarias y las velas ofrecidas comúnmente al santo se cambiaron por música y cerveza.

A pie, al caer la noche, y como la redacción del diario queda muy cerca, me dirigí a Reconquista y Marcelo T. de Alvear, el corazón porteño de San Patricio.
En el camino, saliendo de las oficinas, se iban sumando nuevos peregrinos a mi procesión mínima, que me acompañarían hasta el santuario.

El 17 de marzo es el día de San Patricio, patrono de Irlanda. Desde fines de los años ’90, Buenos Aires festeja este día. No es porque la colectividad irlandesa sea muy significativa ni porque seamos un pueblo muy religioso, la razón es otra. Los porteños de esta zona comercial, tienen sus templos en los diez Irish Pubs que se desperdigan en el lugar y esperan la noche de ese día para encontrarse, divertirse, cantar, bailar y beber litros de cerveza entre amigos.

El año pasado se congregaron cerca de 50000 personas, que bebieron más de 70000 litros de cerveza. Este año se dobló la apuesta a juzgar por la ornamentación de los bares: puro verde, el color de Irlanda y a las promociones ofrecidas. En la mayoría de los bares cobraban una entrada de 25 pesos que incluía una cerveza y una remera.

Diego Volpe, manager de Puerto Pirata, un pub irlandés ubicado en Reconquista y Marcelo T. de Alvear dijo: “Esperamos más gente que el año pasado, recién son las nueve de la noche y ya no hay lugar. El año pasado vendimos diez mil litros de cerveza, pero creo que este año superaremos esa cifra.”

Reparé en que esta festividad importada nos trae, además de las cervezas de todos los colores, elementos típicos de Irlanda como el trébol. Se dice que San Patricio representaba a la Santísima Trinidad con él.

Otra elemento importante de la noche, son las mozas disfrazadas de duendes quienes llevan sobre sus cabezas -tocadas con gorros de cascabeles-, las bandejas cargadas de vasos de distintos tamaños llenos de cerveza espumosa y helada.

Alejandra, un duendecito rubio me confió: “Hoy hacemos buena propina, porque los clientes quieren que los atendamos primero y la cerveza o San Patricio los pone generosos.”

La temperatura agradable invitaba a recorrer las calles inundadas de música celta que se mezclaba con las risotadas de la gente. En una esquina un legítimo irlandés celebraba a su patrono tocando una melodía en su flautín.


Para evitar desmanes –esperables dadas las circunstancias- la policía patrullaba las calles. El comisario Ferrer indicó: “el operativo incluye doscientos uniformados y otros doscientos agentes de la guardia urbana”.

Con la luna alta, el exceso de cerveza me puso en un taxi que me depositó, minutos más tarde, en mi departamento de San Telmo.

No sé si habrá sido un milagro de San Patricio o qué, pero esta mañana encontré en el bolsillo del saco un trébol de verdad.


SAFECREATIVE: Código: 1003185769808

Enviado a Perras negras el 5 de diciembre de 2006. Consigna 43 Crónica. Menos de 800 palabras.

domingo, 7 de marzo de 2010

RUMBO SUR

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Estaba huyendo, de modo que no me importó que en lugar de tomar un tren que me llevara de un extremo a otro de la India –no me habría alcanzado el presupuesto para tanto– estuviera a bordo del Roca rumbo a La Plata.

Mirando por las ventanas, sucias o rotas, deduje que la descascarada realidad del sur no debía ser tan diferente a la de la India. El panorama se agravaba con el rodar del tiempo y del tren. El frío de junio pintaba las cosas de un gris tan desolador que, de no estar tan apremiado por irme, me hubiera quedado sentado disfrutándolo tranquilamente. El paisaje, de aguda tristeza, tenía, como única de hermosura, unas guedejas de niebla enroscadas en los plátanos pelados que disimulaban, con una especie de milagro algodonoso, las casas derruidas y las fábricas abandonadas. El traqueteo me hacía temer por un desgajamiento inminente del vagón; cada tanto se revelaban fisuras por donde se colaba una ventisca helada que se instalaba cómodamente entre mi espalda y la cuerina marrón del asiento cuarteada y mugrienta.

Ignoro cuándo fue que se abrió la puerta para dejarla entrar, incluso, dudo ahora de que se haya abierto. Pensándolo bien, la india bien pudo haberse aparecido súbitamente.

No tenía edad pues aunque su piel daba la impresión de estar a punto de desintegrarse, pude ver, entre dos de sus gestos de vieja eterna, la picardía de la juventud y un mohín seductor de belleza sobrenatural.

El vagón estaba prácticamente vacío, sólo cuatro pasajeros, tres hombres y una mujer, distribuidos con la sola lógica de estar lo más separados posible, hecho que agradecí. Ya bastante contacto humano había padecido aquella tarde. Creo que ninguno de ellos reparó en mi cara asustada ni en la india que se sentó justo frente a mí y descargó un par de bolsas astrosas a su lado. Usaba un atuendo que juzgué tribal, opinión que ratificaban los largos collares de abalorios y plumas.

Por un momento me abstraje tanto de ella como de la postal miserable que veía por la ventana y me recordé huyendo de la Plaza de Mayo. Perdí la cuenta tanto de los cascotazos como de las cuadras corridas hasta Constitución. ¿Qué le pasó?, hubiese podido preguntarme cualquiera de mis compañeros de viaje, pero ninguno lo hizo.

Pasó que me harté, simplemente me harté. Sé que soy un simple obrero de una fábrica pero no por eso soy un burro que merece arriarse en un camión y empujarlo a un acto político al cual no suscribo y mucho menos aplaudo. Se ve que no pude más, se ve que no aguanté una falsa pancarta de adhesión más a un gobierno que me parecía tan autoritario como injusto. No recuerdo bien las cosas pero estallé y con mi sola voz me opuse a todo ese circo. En ese punto todo se nubla, alguien me dio una piña en plena cara, y llovieron las patadas y las piedras. Creo haberme desvanecido. En algún momento, algo caliente me pegó en la espalda mientras corría por la calle Brasil… después reconocí la fachada de la estación Constitución recortada sobre el cielo tan celeste.

La india me habla ahora en un lenguaje extraño como un murmullo masticado pero que comprendo perfectamente. “Vamos”, me dice y me extiende la mano ajada pero tan cálida y suave que me abandono a su guía sin pensar más. Es curioso como mi aceptación muda me libera de la huída y los dos bajamos del tren. Lo raro es que el tren no detiene su marcha. Podría decirse que pisamos las vías por donde, en ese mismo instante, ruedan los vagones con rumbo sur. Me inundan, inexplicablemente, la calma y la felicidad con solo escuchar el tintineo de los collares de abalorios y de plumas.

Tal vez, si mirara la foto en la tapa de los diarios de mañana caeré en la cuenta de que el obrero de la fábrica, única víctima fatal de la revuelta en Plaza de Mayo, he sido yo.

Safecreative: Código: 1003075708047

Enviado a La Nación el 2 de abril de 2008. Consigna: Relato en un tren por la India.
Enviado a Perras Negras el 18 de mayo de 2008. Tema libre. Este texto se propone también para la revista PN 6 con tema “tolerancia y aceptación”.

martes, 2 de marzo de 2010

DESDE QUE LLEGÓ EL HUMO

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Una de esas noches, las del humo incomprensible, levanté la mano y la extendí el largo del brazo: la veía con dificultad. Así de compacto y denso era el humo que había llegado a la ciudad, aparentemente, para quedarse. Hubo quienes intentaron explicarlo; desde el gobierno dijeron que eran incendios de pastizales en las islas del Delta. Islas de existencia difícil de comprobar por el común de los mortales o directamente imaginarias. El servicio meteorológico, después de recolectar los datos del globo sonda y del satélite, y tal como se estila ahora, le echó la culpa al calentamiento global. He notado que de casi todo se responsabiliza al calentamiento global, me hace acordar al aloe vera, una planta erizada de pinchos que, en los ’90, pintaba como la panacea de la humanidad. No faltó quien le adjudicara el fardo del fenómeno a un nuevo e inminente fin del mundo.

Los programas de televisión hicieron bromas sobre el tema y, creyéndose originales, llenaron el set con humaredas falsas hasta que se dieron cuenta de que si abrían las ventanas entraba la original y ya no fue gracioso en lo más mínimo. La gente tosía más de lo usual, estornudaba sin razón aparente y a todos nos lloraban los ojos, incluso a los gatos. Con el tiempo, se apagaron las noticias de último momento, dejamos de hacer chistes y evitamos preguntarnos sobre su procedencia. Unos coreanos se hicieron ricos por inventar un secador automático de lágrimas que, animados por un rescoldo de esperanza, todos compramos en los subtes, lugar hasta donde también había llegado el humo. Era un aparatito original y colorido que funcionaba a pilas y era eficaz las dos primeras veces pero que luego perdíamos irremediablemente en el fondo de la cartera junto con las ganas de ser felices. El humo aplasta.

No sé qué nos pasa que al final todo nos parece bien, como si el no ver la otra vereda fuera ya parte del no paisaje. Creo que olvidamos el sol y el cielo celeste y nos conformamos con esta luz lechosa y el círculo naranja de bordes desleídos como dibujado por un nene de tres años; eso es, para nosotros, la actual descripción de “un lindo día” desde que llegó el humo. ¿La luna? Bien, gracias, tal vez siga ahí algunas noches. Yo no la vi más.

El humo también nos confundió en otros aspectos. En los primeros tiempos nos ilusionaba pensar que estuviera nublado y cargábamos paraguas e impermeables, los arrastrábamos como cadenas pesadas durante todo el día por oficinas, bancos y transportes públicos, con la esperanza de una lluvia que lo barriera, pero no, ni siquiera eso, la lluvia desapareció del mapa y a eso también nos acostumbramos. El humo, sano y salvo.

Una tarde de telarañas y poca piel pensé que me hablabas, pero no, nadie habla ya en este mundo con sordina. Preferí suponer que no era cierto, que esa no era tu voz. Me dije que tampoco valía la pena hablar porque el humo taponaba todo espacio por dónde quisiera escurrirse un sonido y seguí leyendo las ofertas del supermercado.

La trama cerrada de algodón y estopa en la que nadamos indolentes también nos enredó el olfato. A veces nos llegan ramalazos de bosques en llamas que provocan la piedad por los árboles y por los animales que huyen despavoridos, pero también nos abrazan aromas de chocolate y de galletitas recién horneadas que nos hacen agua la boca sólo hasta que comprobamos que no hay nada en el horno que tenga el sabor de antes.

Me parece que fue esa vez cuando malinterpreté un perfume –creí que eras vos y era otro– que me dije que el humo se nos estaba metiendo bajo la piel y no teníamos escapatoria. No me iba a matar por eso, así de cobarde soy, así de indiferente, de papa fría, ¡mirá que no importarme si se nos ahuma la vida o no! Por costumbre, no más, me asomé por la ventana mientras comía una barrita de cereal o de telgopor y me consolé en la certeza de que era el humo maldito el que nos había vuelto así, mezquinos, solitarios, abúlicos, recelosos, introvertidos, temerosos, grises y que de todos modos no importaba, como tampoco importa ya el humo.


Safecreative Código: 1003025676662

Enviado a PN el 19 de abril de 2008. (época del humo que invadió Buenos Aires)