miércoles, 23 de octubre de 2013

VOLVISTE




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PUBLICADO POR EDITORIAL DUNKEN EN LA SELECCIÓN DE CUENTOS "LETRAS DEL fACE 4" en marzo de 2014

- Vení para acá te digo. ¿Adónde carajo vas?
– ¿Y a vos qué te importa, pelotuda?
– ¿Cómo a mí qué me importa?, sos mi reflejo, mirá si no me va a importar que te quedes o no –le dije a esa turra que me miraba desde lo profundo del espejo del baño con cara de sabelotodo y los brazos cruzados sobre el pecho-.  No me desafíes, volvé a tu lugar y hacé bien tu trabajo: ¿no ves que tengo los brazos al lado del cuerpo y no cruzados?, vení, no me hagas enojar y copiá todo lo que hago.
– Ni en pedo. Ya te dije que me voy. Me voy porqué estoy harta.

   La vi correr hacia la izquierda, recuerdo que me choqué la cabeza contra la pared tratando de seguirla. Escuché un slam y cuando quise salir del baño volví a chocar, esta vez contra la puerta cerrada (y entendí, con clarísima dureza, el slam anterior).
Me dije que no podía ser, que esa locura no me podía estar sucediendo y me fui al espejo de mi habitación. Alcancé a verla cuando lo cruzaba de un marco al otro. Desapareció en un santiamén, era rápida la muy guacha. Ya en el espejo del recibidor la volví a encontrar y fue cuando me gritó con mi propia voz que la dejara en paz. Enseguida el estrépito de la puerta de calle al cerrarse. El óvalo de madera vacío me impulsó a ir tras ella como loca pero frené en seco cuando me di cuenta de que estaba en camisón y chancletas. “Que ella haga lo que quiera, yo no hago papelones en la vía pública”, pensé. Volví sobre mis pasos y me puse lo primero que encontré, no supe si me quedaba bien o mal por obvias razones.

   Salí desconcertada a la calle no sabía  por dónde empezar a buscar. Hacia dónde recordaba un espejo  encaminé mis pasos:
* fui al supermercado – hay uno enorme en la entrada junto a los changuitos–,
* corrí a la tienda y volé al probador, empujando en mi apuro a una señora que se disponía a medirse un pantalón quien me miró espantada,
*entré a la farmacia, hay un espejito arriba de la balanza…

   Pero nada, nada de nada, ni rastros de ella.

   Me sentía Bela Lugosi y temí que las personas, advirtiendo mi síndrome de Drácula, huyeran despavoridas. Vencida,  arrastrando los pies regresé a casa. Cada cinco minutos chequeaba en los espejos para ver si esa ingrata se dignaba a aparecer. ¡No estaba ni en la polvera! Para calmar la angustia oral me comí una bolsa entera de bizcochitos de grasa en un intento de levantarme el ánimo. Error, me sentí horrible pues tarde recordé que mi hígado no los resiste. Preparé un té de boldo para reparar semejante descalabro hepático y me fui a dormir. Pensé que no iba a poder, pero a mí los nervios me dan sueño.

   De madrugada desperté con sus gritos. Encendí la luz y me paré frente al espejo del cuarto, allí estaba la muy loca despeinada y con cara de pocos amigos.
– ¡Volviste! –exclamé con el alma de nuevo en el cuerpo y con  mi cuerpo de nuevo en el espejo.
–Volví boluda, volví,  no quiero hacerme cargo de tu demencia pero a partir de ahora las cosas van a cambiar –me dijo mientras, para mi asombro, mutaba de yo a Madonna en vestido de lamé rojo. Quise matarla pero me quedé en el molde al repasar mi día desenfrenado buscando reflejos; entendí que con esa mina no se jode.

   Ahora no puedo decir que sea estrictamente yo la que veo atrapada en un marco pues a veces me lavo los dientes en Cid Charise, en Carolina de Mónaco y aún en Elisa Carrió. Me peino en Uma Turman o en Sophia Loren. Le paso  crema nutritiva a Eva Longoria, a Meg Ryan y a Michelle Pfiffer. En fin, se me complica. Ni hablar cuando tengo que pintarle los ojos a John Travolta o a Woody Allen. Una vez fui Evo Morales y otra Messi. Estoy en período de adaptación; esto no es fácil, me he quejado varias veces pero ella, inflexible, vuelve a amenazarme con irse para siempre, y eso me asusta. Claro que ya no sé bien quién soy pero  prefiero eso a la soledad del espejo vacío.