domingo, 15 de septiembre de 2013

LA CHARLANGA



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LA CHARLANGA
Rosario Collico Savio


Apenas doblé la esquina la divisé recortada contra la parada de colectivos, con su eterna campera rompevientos, una pollera a media pierna y mocasines con taco. Se desplegaron en mi pantalla mental tres posibles alternativas a) desmaterializarme b) entrar en la verdulería a comprar dos bananas o simplemente c) cruzar a la vereda de enfrente. Pero a pesar de las muchas horas de meditación no he podido aún desarmar mis moléculas acá y rearmarlas allá, no tenía ni un peso en el bolsillo y, además,  la charlanga ya me había dado la captura… sus ojos detrás de las gafas negras brillaban ante la presa, o sea yo, y su boquita de labios finos se curvaba en una sonrisa pintada de rojo furioso. Vencida, levanté mi mano a modo de saludo y me acerqué a ella consciente de que mi vida se detendría por un rato después de dos besos, uno en cada mejilla.

De la charlanga no sé nada, ni el nombre sé. Yo le puse el mote y así le quedará para siempre porque ni pienso preguntar, yo no pregunto nada, eso le daría excusa para responderme. Es mi vecina desde hace una punta de años, la conocí en una cola del supermercado y mi status de casi amiga del barrio se instaló para siempre en sus registros. Eso la habilita para capturarme cada vez que el destino cruza nuestros andares.  Y yo no puedo zafar.

Cuando digo “no puedo” es exactamente “no puedo”, algo me atrae de forma irremediable hacia ella, como si tuviera la capacidad de hipnotizarme a la distancia y dejarme clavada en el piso por el rato que ella disponga mientras sus labios finos pintados de rojo furioso se curvan y se estiran al tiempo que  desgrana las palabras que me tiene asignadas: Que la madre –a quien no conozco-  se cayó y se rompió la cadera y ahora justo se está por tomar el 152 para ir a verla al sanatorio aunque escuchó en la radio que en Plaza Italia hay una manifestación que corta el tránsito y que por eso deberá bajarse antes y tomarse un taxi que la lleve hasta el sanatorio que está por el Alto Palermo porque ella no toma el subte ni loca porque le da claustrofobia y además con este día tan lindo ni ganas tiene de sepultarse bajo tierra. Y en el auto tampoco va porque ni que estuviera mal de la cabeza se le ocurre meterse en el centro con el auto un viernes al mediodía. Pero la madre es la madre y tiene que ir aunque sea viernes al mediodía. Para colmo ella es única hija así que todo recae sobre su persona, obvio que la quiere a la madre –a quien reitero no conozco- y por eso le retribuye el sentimiento, la cuida, la va a ver pero igual es un garrón porque imaginate querida que no puede ni pescarse una gripe porque la madre ya está grande y siempre tiene algún problema.

Para mí que son los labios finitos y rojos los que me hipnotizan porque mientras  habla de la madre o de la hija  -a quien tampoco conozco- que vive en Pilar y a la que cada dos por tres tiene que ayudar para cuidarle a los hijos que son divinos pero unos diablitos y ella ya no está para esos trotes; claro que la  hija es una genia que trabaja en algo copadísimo (que no puedo recordar) y cuando le falla la empleada paraguaya, vos viste cómo son, ahí tiene que ir la charlanga a cubrir el puesto de combate porque con el yerno no podés contar nunca, siempre está de viaje o andá a saber... pobre la hija dice ella.

Al final me distraje escribiendo sobre la hija de la charlanga y no terminé la idea de que para mí lo que me hipnotiza son los labios finitos pintados de rojo furioso tan pero tan mal pintados de rojo furioso que me dan ganas de pasarle un pañuelito de papel para arreglarle esos bordes tan desparejos. Sé que no puedo hacerlo, que me tomaría por loca pero juro que casi no puedo prestarle atención a las miles de palabras que por minuto  desgrana la charlanga porque no puedo dejar de mirar los bordes tan pero tan mal pintados de los labios finitos y furiosos.

A veces me habla del marido a quien supongo muerto porque tampoco pude verlo nunca; ella va siempre sola y apurada, camina con pasos cortitos y veloces casi sin tocar el suelo esperando encontrar una presa (calculo yo) para contarle sobre la madre enferma, la hija cornuda o el marido que era muy buen mozo y que trabajó toda su vida en un laburo super importante – capo de una multinacional de la ostia, creo que me dijo- que viajaron por todo el mundo y estuvieron en los mejores hoteles incluso en Dubai. Que en algún momento cuando él estaba por retirarse compró esa casa con jardín, ahí en Florida, para disfrutar un poco del verde porque ya estaban cansados (ella también) de tanto cemento y querían escuchar los pájaros y tener un lindo jardín pero viste el trabajo que da un jardín, le duele la espalda de sólo pensarlo, ahora tiene un chico que le corta el pasto, un buen pibe, negrito pero se ve que de familia honesta, que le va una vez cada quince días a cortar el pasto porque eso sí que es pesadísimo de hacer y ella ya no puede con todo porque está mal de la espalda, dos hernias de disco tiene pero no son operables y aunque lo fueran tampoco se operaría porque quién sabe cómo queda porque los médicos son unos mercenarios, vos ya sabés querida. Sin respirar aclara, eso sí, que de las plantas y las flores  se ocupa ella que ya me va a invitar a tomar un café para que vea las plantas, porque ella sabe que a mi me encantan las plantas y las flores y ahora que viene la primavera todo se pone lindísimo, ya mismo están los jazmines a reventar que lindo perfume que dan, ¿no? Aunque con este frío que de pronto se vino justo antes de terminar el invierno por ahí se le quema todo con la helada pero qué le vamos a hacer siguen rezando los labios finitos pintados de rojo furioso que ya no puedo soportar de tan mal pintados que están y si no me larga, si no me des-hipnotiza, si no me libera se los arreglo en dos patadas con la manga del buzo aunque me quede manchado de rojo furioso, tan loca me pone ver esos labios finitos tan pero tan mal pintados, no tendrá un espejo esta mujer, el marido muerto nunca le habrá dicho pintate mejor o la hija cornuda no le habrá advertido mamá parecés un payaso o la madre con la cadera rota porqué no le regaló un brillito rosa suave para pagarle el amor filial… me hubieran salvado de la hipnosis de esos labios finitos tan pero tan mal pintados de rojo furioso.