jueves, 16 de octubre de 2014

LOS ELEFANTES








************************************************************


El reloj despertador marcó las seis y aulló esa hora como todas las madrugadas.

Lejos de remolonear, Amanda saltó de la cama recordando lo que se había prometido la noche anterior: cumplir con todas las obligaciones del día sin perder ni un minuto.

“Un buen desayuno es la clave para empezar bien la jornada”, se dijo y dispuso sobre la mesa de la cocina el zumo de arándanos, las tostadas y el café con leche. Declinó el impulso de encender la radio, las noticias de la República amargarían cualquier alimento. Se sentó en uno de los bancos de la cocina y disfrutó de los sabores y del aroma del café. Se felicitó por haber despachado sin remordimientos a su último candidato. “La privacidad matinal vale oro”, sentenció mientras el último sorbo de café se deslizaba por su garganta arrastrando miguitas de tostada.

“Bien, después de alimentar el cuerpo hay que alimentar el espíritu, luego un bañito y ¡a trabajar!”

Encendió la computadora y buscó en Internet la meditación guiada por su gurú favorito. Tendió la colchoneta sobre el piso y se acomodó boca arriba.

La melodiosa voz de clara cadencia oriental daba indicaciones a quien quisiera escucharlo:

“Inspire profundamente, contenga la respiración, exhale despacio por la boca”. Un sonido como de elefantes blandos -que provendría de un bansuri- inducía a la calma y reforzaba la idea del relax. “Concéntrense en la rodilla izquierda”, decía la voz levemente aflautada, “relaje el cuerpo, reconozca cada músculo, sienta cada hueso”

La mujer, aplicada como pocas, seguía al pie de la letra las algodonosas directivas. Inspiraba. Contenía. Exhalaba. Distendía religiosamente pies, pantorrillas, muslos, caderas, abdomen, ombligo, hombros…

Para estas alturas el techo ya era un cielo celeste surcado por ruidosos papagayos que dejaban surcos de humo azul como de aviones a chorro.

“Otra inspiración profunda… lleve el oxígeno a sus pulmones… expulse el aire lentamente y arrastre las malas energías”

Los elefantes barritaban lejos entre los profusos matorrales de bambú. La manada, tan numerosa como pacífica, dejaba su huella sonora en cada paso; retumbaban sobre la hierba como timbales sordos… o quizás fueran timbales nomás. Se acercaban. La voz se escuchaba ya  muy lejos, costaba trabajo entender las órdenes del hindú:”Inhale, llene su cabeza de luz, su cuerpo está pesado, flojo, se hunde…”

Efectivamente el cuerpo de Amanda, desarticulado, se derrumbaba sobre la colchoneta o sobre la húmeda hierba de la India. No quedaban huesos, ni tendones, ni músculos. La piel, a duras penas, contenía una gelatina babosa. Los pájaros seguían rayando el cielo y los elefantes, ya a su lado, levantaban una fina polvareda gris. Un elefantito le rozó la mejilla con la trompa, áspera impresión de labios polvorientos.

El gurú, de voz cada vez más aguda (¿no sería una mujer?) cantó unos pocos versos que repetían: shaaaanti, shaaaanti, shaaaanti. Seguramente fuera una especie de bendición que su mente aceptó agradecida desde el fondo de un pozo.

Mientras tanto los elefantes habían llegado a la orilla del río, chapoteaban en el agua, bebían y se daban alegres topetazos. El exquisito aroma del barro mojado llegaba hasta la nariz de Amanda. Pensó en seguirlos, pensó en levantarse y caminar hasta alcanzarlos o, tal vez, bastara con gatear hasta ellos, no estaba segura de poder reconectar los tobillos con los pies o las rodillas con los muslos. Mejor se quedaría allí un rato más, se sentía cansada, a lo mejor dormiría un poco y luego podría bañarse con los elefantes.

“Cuando lo crea conveniente, mueva pies y manos con suavidad, tome conciencia del entorno, escuche los ruidos del ambiente, abra lentamente los ojos…”

Tuvo Amanda un último pensamiento antes de abandonar al gurú y a los elefantes: “Mañana  cumpliré sin falta con todas las obligaciones del día sin perder ni un minuto.”



Meditación presente en el cuento:




No hay comentarios: