martes, 2 de marzo de 2010

DESDE QUE LLEGÓ EL HUMO

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Una de esas noches, las del humo incomprensible, levanté la mano y la extendí el largo del brazo: la veía con dificultad. Así de compacto y denso era el humo que había llegado a la ciudad, aparentemente, para quedarse. Hubo quienes intentaron explicarlo; desde el gobierno dijeron que eran incendios de pastizales en las islas del Delta. Islas de existencia difícil de comprobar por el común de los mortales o directamente imaginarias. El servicio meteorológico, después de recolectar los datos del globo sonda y del satélite, y tal como se estila ahora, le echó la culpa al calentamiento global. He notado que de casi todo se responsabiliza al calentamiento global, me hace acordar al aloe vera, una planta erizada de pinchos que, en los ’90, pintaba como la panacea de la humanidad. No faltó quien le adjudicara el fardo del fenómeno a un nuevo e inminente fin del mundo.

Los programas de televisión hicieron bromas sobre el tema y, creyéndose originales, llenaron el set con humaredas falsas hasta que se dieron cuenta de que si abrían las ventanas entraba la original y ya no fue gracioso en lo más mínimo. La gente tosía más de lo usual, estornudaba sin razón aparente y a todos nos lloraban los ojos, incluso a los gatos. Con el tiempo, se apagaron las noticias de último momento, dejamos de hacer chistes y evitamos preguntarnos sobre su procedencia. Unos coreanos se hicieron ricos por inventar un secador automático de lágrimas que, animados por un rescoldo de esperanza, todos compramos en los subtes, lugar hasta donde también había llegado el humo. Era un aparatito original y colorido que funcionaba a pilas y era eficaz las dos primeras veces pero que luego perdíamos irremediablemente en el fondo de la cartera junto con las ganas de ser felices. El humo aplasta.

No sé qué nos pasa que al final todo nos parece bien, como si el no ver la otra vereda fuera ya parte del no paisaje. Creo que olvidamos el sol y el cielo celeste y nos conformamos con esta luz lechosa y el círculo naranja de bordes desleídos como dibujado por un nene de tres años; eso es, para nosotros, la actual descripción de “un lindo día” desde que llegó el humo. ¿La luna? Bien, gracias, tal vez siga ahí algunas noches. Yo no la vi más.

El humo también nos confundió en otros aspectos. En los primeros tiempos nos ilusionaba pensar que estuviera nublado y cargábamos paraguas e impermeables, los arrastrábamos como cadenas pesadas durante todo el día por oficinas, bancos y transportes públicos, con la esperanza de una lluvia que lo barriera, pero no, ni siquiera eso, la lluvia desapareció del mapa y a eso también nos acostumbramos. El humo, sano y salvo.

Una tarde de telarañas y poca piel pensé que me hablabas, pero no, nadie habla ya en este mundo con sordina. Preferí suponer que no era cierto, que esa no era tu voz. Me dije que tampoco valía la pena hablar porque el humo taponaba todo espacio por dónde quisiera escurrirse un sonido y seguí leyendo las ofertas del supermercado.

La trama cerrada de algodón y estopa en la que nadamos indolentes también nos enredó el olfato. A veces nos llegan ramalazos de bosques en llamas que provocan la piedad por los árboles y por los animales que huyen despavoridos, pero también nos abrazan aromas de chocolate y de galletitas recién horneadas que nos hacen agua la boca sólo hasta que comprobamos que no hay nada en el horno que tenga el sabor de antes.

Me parece que fue esa vez cuando malinterpreté un perfume –creí que eras vos y era otro– que me dije que el humo se nos estaba metiendo bajo la piel y no teníamos escapatoria. No me iba a matar por eso, así de cobarde soy, así de indiferente, de papa fría, ¡mirá que no importarme si se nos ahuma la vida o no! Por costumbre, no más, me asomé por la ventana mientras comía una barrita de cereal o de telgopor y me consolé en la certeza de que era el humo maldito el que nos había vuelto así, mezquinos, solitarios, abúlicos, recelosos, introvertidos, temerosos, grises y que de todos modos no importaba, como tampoco importa ya el humo.


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Enviado a PN el 19 de abril de 2008. (época del humo que invadió Buenos Aires)

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