martes, 13 de abril de 2010

SILENCIOSA Y QUIETA

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–No me molestes –dijo el tigre– dejame en paz. No me gusta que revolotees a mi alrededor, me molesta para pensar. Dejame solo.

El tigre pegó un zarpazo que trizó el aire en cuatro curvas paralelas. La mariposa, más rápida, se salvó de milagro. Voló hasta una rama dejando una estela de polvillo dorado suspendido entre dos suspiros.

Desde las alturas, amparada por hojas y flores la mariposa hacía equilibrio sobre una ramita delgada. Sus alas, vibraban de furia cada tanto, sus ojos hervían en centellas y lágrimas y su boquita libadora dijo en un murmullo: “No entiendo qué pasa, todos alaban la belleza de mis colores y se alegran cuando los enredo entre los rulos y arabezcos de mis vuelos. Todos me aman menos él. El tigre es lo más lindo que he visto en mi vida pero no me quiere”.

Una oruga que caminaba por una rama cercana asomó su cabeza verde de entre unas hojas a medio morder y le dijo: “Mariposa, no desesperes, el tigre no es igual a todos. Miralo bien.”

La mariposa guardó en su corazón las palabras de la oruga y buscó un lugar tranquilo en la copa de un árbol muy alto. Desde allí lo veía cuando rasgaba la oscuridad del bosque con sus naranjas y sus negros, cuando acechaba mudo a sus presas, detenido entre dos pasos, como una estatua. Lo miraba cuando se afilaba las uñas en los troncos cercanos y desgarraba las cortezas igual que un gato grande o cuando, cansado, se ovillaba sobre un lecho de hojas secas con las que compartía el cobre del otoño.

Los días pasaron y la mariposa seguía en su mangrullo, silenciosa y quieta.

El tigre comenzó a rondar el árbol de la mariposa, lo cercaba en círculos cada vez más apretados. La buscaba. Sus ojos amarillos hurgaban las alturas; levantaba altivo la cabeza y husmeaba el aire buscando el rastro de quien ya empezaba a añorar.

Una tarde, el tigre se sentó bajo el árbol de la mariposa, la miró por un rato largo y luego le dijo:
–¿Qué te pasa mariposa que no te veo revolotear a mi alrededor?
–Me dijiste que me fuera, que te dejara solo. Cumplí tu deseo. Ahora no tengo ganas de hablar.

El tigre, tal vez triste, le dio la espalda y se internó en el bosque, pero volvió cada tarde a mirar a su mariposa que, silenciosa y quieta, seguía en la ramita.

–Mariposa –le dijo un viernes de junio– extraño el sonido de tus alas y la campanita de tu risa en mis oídos. Por favor, bajá, vení conmigo.

Desde ese día no es difícil encontrar al tigre entre los senderos del bosque ronroneando de felicidad como un gato grande. Sobre su oreja izquierda, silenciosa y quieta, la mariposa le cuenta secretos de amor en el oído y desparrama polvo de oro en cada risa.

Moraleja: Una mariposa, devenida en astuta araña, puede cazar un tigre… o lo que se le venga en gana.

SAFECREATIVE Código: 1004145997910

1 comentario:

Cristian Bermani dijo...

Creo que conozco esa obra jaja
Muy lindo lo que escribiste!
saludos!!
si queres pasate por mi blog!