viernes, 4 de julio de 2014

EL GRANIZO Y LA FURIA






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Las sombras de las tipas se recortaban sobre el asfalto creando en quien las advertía un falso frescor. El calor agobiaba, Helena lo notó en los perros que, con las lenguas afuera, arrastraban al paseador, un muchacho oscuro con un piercing en el labio inferior que no parecía tener más futuro que su presente.

Los perros pasaron al lado de ella dejando una nube de vapor y tufo de la que quiso huir acelerando el paso. El cambio de ritmo fue un error, consumió sus últimas energías y tuvo que arrastrarse hasta el escalón de un umbral; allí se sentó a descansar.

No quería, pero debía llegar a su casa. Las cosas eran así: ella era la mujer y Roberto el marido. Volvió a preguntarse si todavía lo quería, si podría aguantar otro día más.

Se sorprendió cuando miró al sur y vio el “cigarro” paralelo al horizonte; se acordó de aquel profesor, el Dr. Serrano, quien mil años atrás les había explicado el fenómeno: “Si sobre la ciudad hay una masa de aire cálido y húmedo y de pronto aparece un frente frío, cuando ambas masas se ponen en contacto, el aire frío se mete como una cuña bajo el aire caliente y se forma el cigarro, una nube negra y larga que es tanto más oscura cuanto mayor sea la diferencia entre las temperaturas y cuanto más veloz sea el frente. Si lo ven, huyan.”

Algunas hojas secas se arremolinaron en la vereda. Se puso en marcha, una ráfaga de aire frío corroboró su recuerdo.

No alcanzó a poner la llave en la cerradura, Roberto abrió la puerta y la metió adentro de un manotazo.

-¿Dónde estabas? ¿Con quién estabas?...Puta…te conozco.- Acompañó la última “o”  con un revés sobre la cara de Helena que la dejó trastabillando.
-A trabajar fui, como siempre, vine caminando porque no soportaba la idea de meterme en un colectivo. Dejate de joder, Roberto, dejame en paz.

Intentó dar un rodeo y evadir el área de peligro, pero el hombre la sujetó del pelo y la arrojó al piso. Roberto estaba rojo de furia, se le notaban las venas de las sienes y el cuello. Caminaba alrededor de Helena quien seguía tirada en el suelo acurrucada  esperando la primera patada que no tardó en llegar. Roberto le habló entre dientes, como en un silbido que fue creciendo hasta convertirse en gritos:

-Mentirosa, sos una puta mentirosa. Te vas con el primer macho que se te cruza. Yo soy el boludo, el cornudo, el marido de la puta mentirosa. Puta… ¡Puta!

De rodillas comenzó a golpearla  remarcando cada insulto con un puñetazo.

El cielo negro se rajó en una mano de rayos y un trueno esencial desató el granizo y la lluvia. Los golpeteos de las piedras sobre las ventanas y los ruidos de la tormenta acallaron los agravios, los golpes, los gritos y los forcejeos de Roberto sobre el cuello de la mujer.

Un último pensamiento  cruzó por la nublada cabeza de Helena: “Granizo... cae granizo, va a romperme los jazmines del jardín.







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