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Para las diez estuvo muerto. La mano,
otrora dulce, cosió su corazón amargo con nueve puñaladas.
Ocho postreras respiraciones y siete
parpadeos incrédulos fueron su adiós.
Seis lágrimas rodaron por las mejillas
de la dueña de la mano otrora dulce. Borró huellas, puso cinco cosas en un
bolso roído y contó los cuatro pasos hasta la puerta de la casilla de chapa.
Del otro lado, la libertad.
Pidió al chofer un boleto de tres
pesos y se sentó en un asiento para dos.
“Uno puede cambiar su historia”, dijo con la cabeza apoyada en la ventanilla
del ómnibus.
*Cuento enviado a certámen
microrrelatos (100 palabras) Museo de la palabra 2014
1 comentario:
Muy bueno, admiro ese poder de síntesis bordado de números.
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