domingo, 7 de marzo de 2010

RUMBO SUR

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Estaba huyendo, de modo que no me importó que en lugar de tomar un tren que me llevara de un extremo a otro de la India –no me habría alcanzado el presupuesto para tanto– estuviera a bordo del Roca rumbo a La Plata.

Mirando por las ventanas, sucias o rotas, deduje que la descascarada realidad del sur no debía ser tan diferente a la de la India. El panorama se agravaba con el rodar del tiempo y del tren. El frío de junio pintaba las cosas de un gris tan desolador que, de no estar tan apremiado por irme, me hubiera quedado sentado disfrutándolo tranquilamente. El paisaje, de aguda tristeza, tenía, como única de hermosura, unas guedejas de niebla enroscadas en los plátanos pelados que disimulaban, con una especie de milagro algodonoso, las casas derruidas y las fábricas abandonadas. El traqueteo me hacía temer por un desgajamiento inminente del vagón; cada tanto se revelaban fisuras por donde se colaba una ventisca helada que se instalaba cómodamente entre mi espalda y la cuerina marrón del asiento cuarteada y mugrienta.

Ignoro cuándo fue que se abrió la puerta para dejarla entrar, incluso, dudo ahora de que se haya abierto. Pensándolo bien, la india bien pudo haberse aparecido súbitamente.

No tenía edad pues aunque su piel daba la impresión de estar a punto de desintegrarse, pude ver, entre dos de sus gestos de vieja eterna, la picardía de la juventud y un mohín seductor de belleza sobrenatural.

El vagón estaba prácticamente vacío, sólo cuatro pasajeros, tres hombres y una mujer, distribuidos con la sola lógica de estar lo más separados posible, hecho que agradecí. Ya bastante contacto humano había padecido aquella tarde. Creo que ninguno de ellos reparó en mi cara asustada ni en la india que se sentó justo frente a mí y descargó un par de bolsas astrosas a su lado. Usaba un atuendo que juzgué tribal, opinión que ratificaban los largos collares de abalorios y plumas.

Por un momento me abstraje tanto de ella como de la postal miserable que veía por la ventana y me recordé huyendo de la Plaza de Mayo. Perdí la cuenta tanto de los cascotazos como de las cuadras corridas hasta Constitución. ¿Qué le pasó?, hubiese podido preguntarme cualquiera de mis compañeros de viaje, pero ninguno lo hizo.

Pasó que me harté, simplemente me harté. Sé que soy un simple obrero de una fábrica pero no por eso soy un burro que merece arriarse en un camión y empujarlo a un acto político al cual no suscribo y mucho menos aplaudo. Se ve que no pude más, se ve que no aguanté una falsa pancarta de adhesión más a un gobierno que me parecía tan autoritario como injusto. No recuerdo bien las cosas pero estallé y con mi sola voz me opuse a todo ese circo. En ese punto todo se nubla, alguien me dio una piña en plena cara, y llovieron las patadas y las piedras. Creo haberme desvanecido. En algún momento, algo caliente me pegó en la espalda mientras corría por la calle Brasil… después reconocí la fachada de la estación Constitución recortada sobre el cielo tan celeste.

La india me habla ahora en un lenguaje extraño como un murmullo masticado pero que comprendo perfectamente. “Vamos”, me dice y me extiende la mano ajada pero tan cálida y suave que me abandono a su guía sin pensar más. Es curioso como mi aceptación muda me libera de la huída y los dos bajamos del tren. Lo raro es que el tren no detiene su marcha. Podría decirse que pisamos las vías por donde, en ese mismo instante, ruedan los vagones con rumbo sur. Me inundan, inexplicablemente, la calma y la felicidad con solo escuchar el tintineo de los collares de abalorios y de plumas.

Tal vez, si mirara la foto en la tapa de los diarios de mañana caeré en la cuenta de que el obrero de la fábrica, única víctima fatal de la revuelta en Plaza de Mayo, he sido yo.

Safecreative: Código: 1003075708047

Enviado a La Nación el 2 de abril de 2008. Consigna: Relato en un tren por la India.
Enviado a Perras Negras el 18 de mayo de 2008. Tema libre. Este texto se propone también para la revista PN 6 con tema “tolerancia y aceptación”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Se percibe bueno,da lugar a la imaginación a medida que se lo lee.
Es bueno que este publicado en el diario y revista así conoces la opinión de diferentes lectores.

Rosario Collico dijo...

Ojalá alguna vez pudiera publicar en diarios y revistas. Lo que más me interesa es saber la opinión de quien lee porque es la mejor manera de completar la historia.
Por ahora, el blog.
Gracias.