lunes, 16 de junio de 2014

EL SECRETO DEL SR. ARREDONDO





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Desde la ventana de su oficina moderna y minimalista se veía la Plaza de Mayo llena de gente lejana.

Enfundado en un Armani gris que contrastaba con la corbata de seda italiana, el hombre estudiaba la pantalla de su laptop mientras relojeaba el bolso de cuero  grabado con eles y ves entrelazadas donde guardaba las raquetas de carbono. Al mediodía tenía un partido en un club de tenis muy exclusivo de la calle San Juan.

- Si me da el tiempo- pensó sin mucha convicción- me hago unos largos en la pileta.

Justo en ese momento, Marina, su secretaria, de impecable trajecito azul claro y tacos altísimos, entraba en la estancia.
 -Su café de media mañana, señor Arredondo.

Como era habitual, él levantó la vista y sonrió mecánicamente,  pero un detalle ínfimo detuvo el retorno de su mirada a la pantalla: El sol desvaído de junio despertaba reflejos rojos en la tupida melena castaña de ella. Poesía pura.

Sin quererlo anheló fervientemente deslizar su mano por aquella cabeza, hundir los diez dedos en el colchón de pelo suave y llenarse del aroma de magnolias que de allí provenía. Quiso acariciar  lo  que se adivinaba bajo la  blusa blanca. Casi podía sentir en  sus yemas  la  sensación única de la piel satinada. Refrenó la tentación de tocar las piernas de la mujer, largas y perfectas. Reparó en sus ojos, el rimmel  curvaba sus pestañas de forma  inaudita y el rouge, de un coral intenso,  provocaba en su interior un deseo inmediato, ingobernable, inconfesable…

Sacudió con vehemencia la cabeza, como si ese solo  ademán le pudiera arrancar la fantasía que había atravesado su cerebro. Anotó mentalmente que debía hablar con su analista sobre el tema: era imposible que a esta altura de la vida quisiera vestirse de mujer.







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