jueves, 11 de febrero de 2010

VEINTITRÉS

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Tengo que probar, tengo que probar, tengo que probar.

Mezcla de mina y gato negro camino por el pretil con cierta elegancia. Ensayo el equilibrio, me paro en un pie. Por momentos soy una gimnasta rumana o rusa. Recortada contra el avioletado cielo del amanecer respiro profundamente y abro los brazos. Una golondrina triza el silencio con su raro gorjeo, casi un chasquido, una maderita rota. Turras golondrinas, vuelan. Por eso:

Tengo que probar, tengo que probar, tengo que probar.

Es fácil, solo cuesta el primer paso, pero lo doy, y compruebo en carne propia la ley de gravedad. ¡¡Aaaaaah!! ¡Qué bueno gritar! El viento se mete bajo mis párpados, me entra en la boca y hace flamear mis mejillas. Tal vez debería haber traído algunas plumas para estar a tono con las circunstancias, un altímetro y un cronómetro. Lo anotaré para la próxima vez. La mujer del piso quince transforma su boca en O y se toma la cara con las dos manos. Más que seguro, se asoma, la saludaré si lo hace. Qué buenas las plantas del trolo del trece. Es inútil, a estos tipos no hay con qué darles, son sensibles en serio, lo notan hasta los ficus. Mirá la lencería de la morocha del noveno, ya me parecía que no era trigo limpio. Trabajar no trabaja, que yo sepa, andá a saber quién la mantiene. El perrito de los chicos del séptimo… y tienen una tortuga, lindo bicho, un poco bobo para mi gusto.

Mejor que me ponga las pilas si quiero volver con el altímetro y las plumas. Ya es hora.

Tengo que probar, tengo que probar, tengo que probar.

Lleno de aire mis pulmones y soplo hacia abajo con todas mis fuerzas.

Me alcanza el tiempo para acomodarme el pelo mientras desciendo, con un saltito, estos últimos veintitrés centímetros que separan mis pies de la vereda.

Safecreative
Código: 1002125507234

Enviado a PN el 12 de mayo de 2008. Consigna Pensamiento al caer de un rascacielos

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