martes, 2 de febrero de 2010

CARA MIA








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Querido:


Cuando leas esto ya no estaré por aquí. No lo lamentes, te hago un bien. No te merezco.



He sentido la necesidad de enumerar qué me enamoró de vos:



Tu sensibilidad exquisita que te hacía detener en medio de la calle a contar los colores del arco iris después de la lluvia y a escribirme un poema para cada día del año.

Tu ternura infinita, escudo protector contra todos los peligros; con ella rondándome nada me podía pasar.

Tu humildad casi ridícula que me obligaba a recordarte, una y otra vez, lo maravilloso que eras cuando, por nimiedades y boludeces sin sentido, te deprimías.

Tu capacidad para satisfacer mis deseos sin importarte jamás las deudas impagables que ellos te generaban.
Tu paciencia tibetana capaz de perdonarme después de cada berrinche, de cada enculamiento y aún después de cada desliz.



Y ahora me voy, ya me pasa a buscar Roberto.

Quiero ser honesta, por eso te cuento qué me enamoró de él:



La blancura de sus dientes perfectos que dejan medialunas en mi cuerpo.

La firmeza de sus músculos bajo la piel de oliva de su abdomen.

La dulzura de su acento extranjero que me susurra “Cara mía” cada diez segundos.

La irresistible fragancia de su perfume francés que se enreda en todo lo que toca… con más razón en mí.
La indiscutible elegancia de sus Armani.
La potencia de su Ferrari roja.
La generosidad de su tarjeta dorada que nos conduce ahora mismo a Roma y que me permite cerrar esta valijita Louis Vuitton llena de lencería de seda negra de primerísima marca.
La violencia con la que me la arranca (la lencería, claro) sin importarle la primerísima marca.
La ferocidad con la que me demuestra su amor.


Antes tuya.
Helena





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Cuento enviado a PN el 18 de febrero de 2007. Descripción de un género con construcciones del otro género.

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