martes, 19 de enero de 2010

CHAU ROBERTO

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La primera invasión de mariposas gigantes se desató el mismo día que empezó a llover vapor. Recuerdo que me asomé a la ventana atraída por las corrientes desmadejadas de agua falsa que, como jirones de nubes, quedaban enganchadas en las rejas de los balcones

Un aleteo cada vez más cercano me obligó a mirar hacia el oriente. Nadie habrá visto jamás espectáculo más hermoso: un enjambre de mariposas grandes como gaviotas, de alas aterciopeladas cruzaba el aire denso dibujando una caprichosa espiral.

No las había admirado más que un segundo cuando una de ellas reparó en mí y se lanzó en picada desde la lejanía.

–Cuchi-chuchi-cuchi– llamé al batracio alado, al tiempo que describía con mi mano derecha un velocísimo movimiento frotando brevemente el pulgar, el índice y el dedo mayor. Me asusté cuando a menos de un palmo de distancia le vi la boca llena de dientes de piraña.

Cerré la ventana justo a tiempo. De lo contrario el maldito arácnido me hubiera descosido la yugular. El marsupial de colores brillantes se estrelló contra el vidrio con un ruido entre gomoso y de maderitas rotas.

Para calmar mis nervios preparé un té tilo y sintonicé con el microondas el canal que daba noticias las veintiocho horas del día. Alguien nos diría qué hacer con esta nueva calamidad.

Para variar, llamó Roberto y me avisó con sus modos ampulosos la vieja novedad. Los terribles mamíferos implumes le dieron una nueva excusa hacerse el galán conmigo:

–Uno de esos asquerosos crustáceos entró por la ventana y se comió al contador a dentelladas, yo salté por la ventana del piso 32 y acá estoy, fresco como una lechuga– me dijo entre atemorizado y adrenalínico.

–Ok, Rober –le dije– la tele dice que estos inmundos reptiles son un verdadero peligro, nadie sabe qué hacer, escondete. Pensándolo bien creo que lo mejor será que desinfles una de tus dimensiones, te pliegues y te guardes en el bolsillo interno del saco hasta nuevo aviso.

Sabía que Roberto me haría caso… era un bobo con papeles. Nadie podía volver a inflarse sin ayuda; este plomo irredento pasaría la próxima eternidad dentro de un bolsillo.

–Chau, Roberto– me dije y tomé un sorbo del tilo al que le había agregado un chorro de Johnnie Walkers para potenciar el relax prometido por la infusión.

Afuera, caía la tarde ruidosamente contra los árboles del jardín, aplastándolos como todos los amaneceres. Los malévolos equinodermos rondaban la ciudad buscando humanos desprevenidos. La noticias anunciaban con literales bombos y platillos la lista de víctimas fatales que, desangradas, esperaban que los mezclaran con algunos alógenos y los volvieran alimento para el ganado porcino –esto del reciclado estaba llegando a límites ridículos-.

Tuve hambre. Busqué en la heladera y, como siempre, el viento me despeinó no más abrirla.

“Ningún braqueópodo de porquería se va a interponer entre mi deseo de un alfajor Jorgito de chocolate y yo”. Uniendo la acción a la palabra, me puse una máscara para practicar esgrima, me vaporicé con una nube rosa de “Very Irresistible”–las chicas como una siempre nos perfumamos antes de salir– y tomé del paragüero una raqueta de tenis para enfrentar a esas alimañas.

Me encontré en la vereda con un espectáculo terrorífico: Las mariposas asesinas perseguían a los transeúntes, se metían en los colectivos y aún en las bocas de los subtes. Gente mordida corría desesperada de un lado a otro.

Temiendo lo peor avancé hasta el kiosco más cercano.

Camino a casa y dispuesta a saborear el alfajor envuelto en papel dorado, uno de los malvados miriápodos me saltó encima desde un tacho de basura. No pude pegarle con la raqueta porque venía con la mente fija en el alfajor. Supuse que me debía despedir del mundo cuando escuché que el horripilante molusco gritaba con una voz sorprendentemente aguda:

-¡¡¡Very Irresistible noooooooooooooooooo!!! La mariposa cayó muerta en la vereda con las patitas rayadas hacia arriba.

Fue así como, atando cabos, descubrí el antídoto que nos libraría de esa plaga de antipáticos platelmintos.

Como haría cualquier ciudadana de bien, avisé de mi descubrimiento a las brigadas rescatadoras, a los bomberos y a la guardia urbana. Se deshicieron en alabanzas porque no tenían ni la más puta idea de lo que hacer y ya habían recolectado alimento para ganado porcino hasta el 2026.

Obviamente confiscaron las existencias de la fragancia de Givenchy de todas las perfumerías. Yo no les dí mi frasco, soy buena gente pero no cometo excesos. Los científicos del gobierno averiguaron que la mejor manera de matar a esas turras era con fuego alimentado por el perfume. El humo rosa atacaba a las invasoras con mayor rapidez.

Cuando todo pasó, cuando los cadáveres de los coleópteros infames se pudrían gracias al fulgor de las antorchas alimentadas con el Very Irresistible algo me remordió la conciencia. Busqué en el celular las coordenadas del último mensaje de Roberto. Tal vez fue el tilo, o el Johnnie Walkers, o las emociones extremas, pero algo de eso obró en mí y salí decidida a rescatarlo de su universo plano. Como ya dije: soy buena gente.



Enviado a Perras Negras el 9 de abril de 2007. Consigna 61 Cuento sobre SITUACIONES IMPOSIBLES con la física, la química, la realidad o la cronología

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