domingo, 31 de enero de 2010

CUESTIÓN DE SUPERVIVENCIA

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Mi buen trabajo me costó conseguir un permiso especial para entrevistarla. No es nada fácil que las puertas de una cárcel de máxima seguridad se abran para un ignoto periodista free-lance. La celadora, gruesa y con aire de tapir malayo, me acompañó hasta un recinto pequeño. Aparté de mi mente la sensación de claustrofobia, le agradecí al tapir y me senté a esperarla frente a una mesita desvencijada.

Helena apareció escoltada por otra matrona del servicio penitenciario. Había imaginado a una mujer de aspecto temible por eso me sorprendió su fragilidad de gorrión. Le perdí el miedo nomás verla pero me volvió la cautela cuando con voz ajada me pidió un cigarrillo.

–¿Fuma? –pregunté– No sabía… le dejo el atado.
–Gracias, me envicié acá, Si me disculpa la ironía, hay que matar el tiempo de alguna manera. ¿Por qué quiso entrevistarme? ¿Qué quiere? ¿Ser el nuevo Truman Capote? Me asombró la alusión literaria y debe habérseme notado en la cara porque agregó: –Se puede ser culta y asesina, una cosa no invalida la otra.

Intenté una sonrisa y le dije:

–Me atrapó la historia cuando la leí en el diario. Siempre me interesaron los crímenes pasionales.
–Entonces no le voy a servir para nada. No fue un crimen pasional, fue cuestión de supervivencia.
–Empecemos por el principio, ¿le molesta si grabo la conversación?
–Para estas alturas ya nada me molesta.

Encendí la grabadora y la ubiqué sobre la mesa de madera que nos separaba, Mientras tanto, Helena ya fumaba un segundo cigarrillo. Dio una larga chupada y exhaló la nube de humo gris mirando el techo como buscando ahí el principio de la historia.

–A Roberto lo conocí en un bar, en Flores. Me gusta, bah, me gustaba leer en los bares, la gente y los ruidos no me distraen. Me dan sensación de seguridad y por eso leo tranquila. Él se plantó delante de mi mesa y me preguntó qué leía. Le dije “Siéntese”, mientras giraba el libro para que él lo viera: Emma, Jane Austen. “Ese no lo leí, ¿me lo presta?” Le contesté que quería más a ese libro que a él y que tal argumento alcanzaba para justificar mi negativa. “Ya me vas a querer”, me dijo entrecerrando sus ojos de mirada oscura. Nunca me pasó nada igual, quedé prendada de su magnetismo. Dos cosas supe al instante, que él no era bueno para mí y que ya nunca me lo podría sacar de la cabeza.

Helena hizo silencio parecía atrapada en su recuerdo. Luego continuó:

–Él pidió un café y yo una gaseosa que jamás llegamos a consumir, Roberto me miró y dijo: “Vamos”. Dejó sobre la mesa los billetes que saldarían la cuenta y salimos del bar. Pasó su brazo por sobre mis hombros como preludiando la historia que acababa de empezar. Me besó casi con furia antes de entrar a su auto; recuerdo haber pensado en un conejo atrapado entre las garras de un águila. “Vamos”, dijo otra vez y yo no pude objetar nada, era imperativo que siguiera a ese hombre hasta donde él quisiera llegar.

Afuera atardecía. La luz entraba por una claraboya, por lo que la pequeña sala de reuniones se fue llenando de rosas y de rojos que creaban un aura mágica sobre la mujer delgada y teñían las volutas de humo que ascendían morosamente en espiral y se quedaban remoloneado largo rato pegadas al cielo raso. De pronto, como si las palabras le pesaran y quisiera deshacerse de ellas continuó el relato.

–Se metió en el primer telo que apareció en el camino, ninguno de los dos estaba como para elegir. La urgencia era dolorosa, si me lo pregunta no podría recordar ningún detalle, ni la calle siquiera. Le parecerá una exageración lo que le cuento pero le juro que fue así, éramos dos animales grandes con los instintos desaforados. Roberto respiraba con fuerza como si se bebiera el aire mientras se movía sobre mí. Me miraba con ojos de asesino y supe, íntimamente, que alguna vez tendría que matarlo.

–No entiendo –interrumpí– ¿qué la llevó a pensar eso?
–Mire, desde chica he sabido interpretar las señales que las personas dejan a su paso, como las huellas en la arena mojada. Digamos que es un don. No puedo explicarlo científicamente pero cuando esa decodificación me llega sé que es inevitablemente cierta. De todas formas, en ese momento, aparté el pensamiento, para qué voy a negarlo, lo estaba disfrutando, era el mejor amante que había tenido.
–¿Y qué pasó después?
–Nos seguimos viendo regularmente. No éramos una pareja, no se crea, nada de casitas ni proyectos, lo nuestro era sexo nada más; jamás supe con qué club de fútbol simpatizaba. Yo no quería compromisos y él era un misterio que nunca pude develar. Lo cierto es que las cosas en poco tiempo se fueron de cause; a mí me gustaba la violencia en las relaciones y él se excitaba con esa peculiaridad que finalmente hizo suya. En los encuentros posteriores la escalada de agresiones (como parte del sexo) se tornaron cada vez más duras. Creo que él nunca había sido tan feliz. Pero eso no podía durar, las alertas en mi cabeza habían empezado a sonar. Una tarde después de una batalla me miré al espejo y vi sangre en mi cara. Lo miré y eso lo volvió loco, estaba cebado. Supe que corría peligro, que para Roberto el verdadero goce estaba en la dominación extrema y que sólo con más sangre mía calmaría su sed. Comprendí entonces que no bastaba con dejarlo y que debía prevenirme; empecé a llevar conmigo una daga pequeña, de las que se abren con un resorte, que podía esconder en cualquier lado. Olía un final cercano.

Helena interrumpió su relato, ya no hablaba para mí, las secuencias de esa relación infernal pasaban delante de sus ojos.

–La última tarde me llamó excitado y confuso. Aún por teléfono se le notaba el apremio. Estuve a punto de decir que no, pero yo también era parte de ese mecanismo enfermo y accedí. Me acuerdo que me vestí como para una ocasión especial, perfume, escote, tacos... una mezcla de miedo y calentura me hizo correr por la calle.
Nos encontramos en el hotel de siempre; no me había equivocado, Roberto estaba fuera de sí. Ni bien llegamos a la habitación me aplastó contra la pared. Todavía recuerdo el ruido de mi cráneo y el dolor. Quedé aturdida y floja. Sus ojos encendidos me miraban con hambre; supuse que había tomado. Me echó sobre la cama y empezó a luchar contra mi ropa y la suya. Entendí que las cosas estaban peor que nunca y aproveché la distracción proporcionada por la tozudez de mis botas para deslizar la navaja –escondida en el bolsillo trasero de mi pantalón– bajo la almohada.

–¿No pensó en irse? –la interrumpí– usted ya sabía que eso iba a terminar mal, ¿por qué no se fue?
–No pude, o mejor dicho, no quise, no se olvide que yo era parte del juego y esa locura, que ahora era de él, la había empezado yo.
–¿Y qué pasó después?
–Encendí la mecha del final, le crucé la cara de una bofetada. Roberto masculló un “ya vas a ver” y comenzó a ahorcarme, sí, rodeó mi cuello con sus manazas y empezó a presionar. Pensé que me quebraría la garganta, el aire dejó de llegar a los pulmones, sentí que me aflojaba, que mi cuerpo se desprendía de mí. Eso debió sorprenderlo porque aflojó la presión de sus manos. Tenía un segundo para reaccionar y lo hice, era él o yo. Tomé la navaja y no pensé: se la clavé en el corazón. Sus ojos me miraron incrédulos antes de desplomarse sobre mí. No sé cuánto tiempo pasó hasta que pude llamar al conserje del hotel. Lo que viene después ya lo sabe, la policía, el juicio, la sentencia…

–¿Por qué no alegó legítima defensa?
–Porque hubiera sido mentira. Entre Roberto y yo no cabían legítimas defensas. Sé que si yo no hubiera tenido ese segundo de lucidez en el que usé la navaja quien estaría conversando con usted sería él y no yo. Creo que tácitamente habíamos planeado la muerte del otro desde el primer encuentro aquella tarde en el bar de Flores.

La celadora tapir anunció que la visita se había terminado.Nos pusimos de pie y Helena adelantó su mano invitando a la mía a un último saludo.

–Mándeme un ejemplar del reportaje cuando lo publique, mejor aún, envuelva con él un cartón de cigarrillos.



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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Ro!! Excelente un abrazo Walter

Rosario Collico dijo...

Gracias Walter. Celebro que te haya gustado. Un beso.

luis dijo...

hola rosario, una casualidad haber llegado a esta pagina y leer algo tuyo, muy bueno, me encanto, te lo dice alguien que leyo mucho. te digo casualidad porque te conozco del ITBA, estudie ahi desde el 82 al 87.
un beso LUIS